El pensamiento positivo puede ser tu mejor aliado para salir adelante, pero también puede convertirse en una trampa mortal si no lo gestionas con inteligencia.
Los tiempos de crisis que vivimos han hecho aflorar cientos de libros y métodos que prometen que nuestra vida cambiará a través del pensamiento positivo.
Aunque es muy cierto que los pensamientos configuran nuestras acciones y éstas, nuestras realidades, no lo es tanto que el pensamiento positivo, por sí mismo, sea la solución que andábamos buscando para nuestros problemas.
(Ejemplos en: Situaciones en las que pensar en positivo no sirve para nada.)
¿En qué se basa el pensamiento positivo?
La corriente del pensamiento positivo se basa en la premisa de que si enfocamos nuestros pensamientos en lo que deseamos conseguir y pensamos positivamente, nuestras acciones nos conducirán inevitablemente hacia la felicidad y el éxito.
En esencia, la secuencia “pensamiento ⇒ acción ⇒ realidad” en la que se sustenta esta especie de filosofía de la felicidad es muy lógica, ya que, si actuamos en sintonía con nuestros pensamientos, éstos se harán realidad en un alto porcentaje.
Por ejemplo, si pensamos que un niño nunca se comerá un plato de pescado y, por ello, no le servimos nunca un plato de pescado, la realidad es que el niño no lo comerá.
El enfoque del pensamiento positivo propone que, cambiando el pensamiento, el resultado final será acorde a él. Pero no siempre es así.
Es muy posible que pensemos que el niño nunca comerá pescado, le sirvamos un plato y nos sorprenda comiéndolo. También que nos empeñemos en visualizar cómo se lo termina alegremente y, al servirlo, se niegue siquiera a probarlo.
Y es que el pensamiento positivo olvida una de las variables más importantes que a menudo maneja, transforma y determina nuestros pensamientos: los sentimientos.
¿Por qué el pensamiento positivo puede convertirse en una trampa?
Al obviar el poder de los sentimientos, el pensamiento positivo anima a silenciar, reprimir u obviar lo que sentimos. Pero eso no implica que dejemos de sentirlo.
Simplemente, encerramos nuestros sentimientos en una remota gruta y dejamos que sigan allí, gritando y quejándose, mientras nosotros nos marchamos bien lejos para no oírlos.
Los sentimientos son los que motivan los pensamientos. El triunfador piensa que lo es porque lo siente, y el perdedor lo es porque sus sentimientos son de pérdida y fracaso. A partir de ahí, pensará, actuará y obtendrá, ni más ni menos, lo que siente.
Por eso, si nos sentimos tremendamente mal, por mucho que pensemos y visualicemos en positivo, nuestra realidad seguirá en sintonía con lo que sentimos.
El pensamiento positivo olvida que la secuencia del éxito comienza, en primer lugar, por considerar y dar valor a los sentimientos propios: “sentimiento ⇒ pensamiento ⇒ acción ⇒ realidad”.
Sólo reconociendo nuestros sentimientos tendremos el poder de cambiar nuestros pensamientos.
La clave está en conectar con uno mismo
No hay nada de malo en sentirse triste, solo o fracasado. La vida no siempre es alegría y felicidad, y ahí reside uno de sus muchos encantos.
Es muy importante saber cómo estamos y cómo nos sentimos en cada momento. El problema es que, muchas veces, dejamos que los sentimientos nos inunden y sean ellos los que manejen nuestra vida.
La clave está en conectar con uno mismo, en poner nombre a todos esos sentimientos, en verbalizarlos. Poner nombre a las cosas tranquiliza, nos sitúa en perspectiva, nos calma y nos permite pensar con mayor fluidez.
De nada sirve camuflar o ignorar los sentimientos, pues siempre terminarán aflorando.
Si nos sentimos tristes por determinada circunstancia, es bueno que lo reconozcamos, que lo digamos en voz alta, que llamemos “tristeza” a esa sensación interna que hoy nos hace ver la vida como un difícil camino que no deja ver el horizonte.
La tristeza, como cualquier otro sentimiento, es más manejable cuando se la nombra.
Verbalizar lo que sentimos deja espacio a nuestro yo, permite que seamos nosotros, y no el sentimiento, quien tome las riendas de la situación.
El sentimiento no desaparecerá sólo por nombrarlo, pero nos ayudará a ser dueños de la situación y podremos dejar hueco a otros sentimientos, como el afán de superación, que nos pueden llevar a conseguir grandes logros.
La auto imposición de un pensamiento positivo es tan dañina y perniciosa como anclarse para siempre en el derrotismo, la frustración o la tristeza.
Partir de lo que sentimos nos garantiza construir realidades a partir de una verdad, la nuestra, y así poder configurar un futuro a nuestra medida.
Comentarios
2 respuestas a «La trampa del pensamiento positivo»
Muy cierto, no podemos «tapar el sol con un dedo», antes de pasar al pensamiento positivo, tenemos que dejar que los sentimientos afloren, dejarlos ser, salir, para así superarlos. Sólo así podremos pasar al pensamiento positivo, para que esté en sincronía con nuestro sentir. Por muy positivos que seamos, no pasará nada si no hay congruencia con nuestro yo interno.
Hola, Judy. Coincido. Sería como bañarse con la ropa sucia puesta. 🙂
Gracias por comentar!