Te has decidido a hablar. Necesitas desahogarte y quizás encontrar una respuesta y decides contarle tu problema a alguien que, aparentemente, te escucha con mucha atención.
Cuando terminas de exponer el asunto (y a veces antes) esa persona te dice: «Lo mío sí que es grave…» Y comienza a contarte su situación mostrándote que es mucho peor que la tuya.
¿Cómo te sientes?
Todos tenemos problemas distintos y también nos afectan de manera distinta. Luego, a primera vista, la comparación no tiene mucho sentido.
Sin embargo, comparar los problemas es una costumbre extendida. ¿Por qué será? ¿Por qué alguien te cuenta un problema «mayor» después de escuchar el tuyo?
Quiere ayudarte
A veces se compara para entender mejor una situación. La intención es buena.
Tu interlocutor halla un problema similar en su historial de vida; lo evoca y te explica qué hizo para superarlo. Y, si no es el caso, al menos se esfuerza por encontrar algo que te sirva, esté o no afortunado.
Lo que cuenta es que hace un ejercicio de empatía. Muestra comprensión por tu situación; intenta animarte, aportarte ideas y que no te sientas solo.
Aquí es cuando te sientes más o menos reconfortado y contento de haber encontrado ese apoyo.
Pero también habrá ocasiones en las que te arrepientas de haber abierto la boca.
Cosa que pasará, por ejemplo, cuando tu interlocutor, en lugar de ser constructivo, convierta el intercambio de problemas en un «concurso de sufrimiento» que está decidido a ganar.
Quiere atención
Nos vamos al extremo opuesto. Tu interlocutor está pensando qué va a contestarte incluso antes de que termines de hablar.
Como egocéntrico de marca mayor, no tiene ganas o capacidad para ponerse en tus zapatos. Empatía, tendiendo a cero. Prefiere aprovechar la ocasión de otro modo: «¡Anda! Lo mío es más grave…»
Entonces es cuando te sientes mal, frustrado, incomprendido, solo e incluso puede darte coraje habérselo contado.
En realidad, no es que tu problema fuera una minucia, sino que el hambre de atención de tu competidor se lo ha tragado.
Y eso contando con que solo sea deseo de atención. Que no te sorprenda encontrar otras personas que ridiculicen tus problemas simplemente por fastidiar.
Conclusiones:
A la hora de contar nuestras cosas es mejor que seamos un poco selectivos, sin caer en la exageración de la frase de Lou Holtz:
«Nunca le cuentes tus problemas a nadie; al 20% no le importan y el otro 80% se alegra de que los tengas.»
No es para tanto… Hay gente en la que se puede confiar y que está dispuesta a escucharte, a apoyarte y no te hará sentir que tu problema es peccata minuta.
Precisamente, eso sería lo ideal cuando estamos del otro lado. Si está en nuestra mano, ¿por qué no ayudar a que se sienta mejor a quien nos cuenta un problema?
Imagen de Marina Cast