Estás hablando conmigo sobre cómo te sientes por lo que te ha ocurrido. Y, en cuanto haces una pausa, aprovecho la ocasión para girar el tema hacia otro punto.
Éste es un error que muchos cometemos, a veces, sin darnos cuenta o con la mejor intención del mundo.
Imagina que me estás hablando de lo estresado que estás en el trabajo, de lo mal que lo estás pasando tras una ruptura o de tu travesía por problemas de salud.
Con la buena intención de mostrar empatía, de apoyarte o de que no te sientas solo, a mí se me ocurre insertar de repente una experiencia de las mías (o la de alguien conocido).
- ¡Oh! A mí me lo vas a contar… YO no he tenido vacaciones en todo el año y trabajo un porrón de horas al día.
- Sé cómo te sientes. Cuando YO rompí con mi novio también lo pasé fatal. Pero hay que mirar pa’lante, hombre…
- YO también tuve… (la dolencia que sea). Y en mi caso fue peor, porque… (bla, bla, bla…).
Especialmente si no has terminado de contarme cómo te sientes, ¿este giro que le doy a la conversación te reconforta en algo?
A mí, no. Me he dado cuenta de mayor, cuando he querido hablar de cómo me sentía y me he visto frustrada porque alguien (con buena intención) ha desviado el tema.
Gracias a eso, he podido darme cuenta de que yo también hago esos giros, pensando que estoy siendo de ayuda y no siempre es así.
La persona que está contando su historia tal vez no termine de hacerlo. O puede que sienta que le estoy restando importancia a sus sentimientos (al comparar lo suyo con otra cosa «más grande»). Y lo que es peor, ¿de qué le sirve que yo le hable de desgracias mayores?
Quien dice desgracias, dice alegrías. Si tú me estás contando lo contento que estás por tu ascenso o por haberte encontrado 5 euros en la calle, ¿a qué viene que te corte para hablarte del mío o de los 20 euros que me encontré? Tu alegría queda automáticamente minimizada.
Se entiende que, a veces, seamos impulsivos, cuando el tema nos emociona especialmente. Pero, en general, creo que hemos de tener cuidado en estas conversaciones, para no crear distancia o frustración, cuando nuestra intención real es la de conectar con el otro.
➜ El otro necesita que lo escuchen, sin que compitamos con sus problemas.
➜ Necesita que lo escuchen, sin que nos apresuremos a arreglar su situación.
➜ Necesita que lo escuchen hasta que acabe de contar lo suyo, que para eso está hablándonos de ese tema.
➜ Necesita que lo escuchen, sin que «adivinemos» cómo se siente, porque su experiencia es similar a una que conocemos. Que sea similar, no la hace idéntica; ni a la experiencia ni a lo que siente esa persona cuando la vive.
Escuchar con paciencia no es fácil. A la mayoría nos queda práctica para aprender a hacerlo sin interrumpir, sin juzgar, sin enmendar, sin comparar, sin quitarle importancia a lo que el otro siente… Pero compensa trabajar en ello por la salud de nuestras relaciones.
En mi caso, me siento más reconfortada cuando noto que mi interlocutor me escucha y trata de comprenderme antes de pasar a otras historias.
Si coincides en eso, quizás podemos seguir practicando estos pequeños hábitos. Aprovechemos las ocasiones de hoy por lo pronto, ¿vale?