Prestamos demasiada atención a las imperfecciones

Existen el maquillaje que oculta las imperfecciones en la piel, la ropa que disimula «defectos» físicos y las máscaras con las que ocultamos a los demás una parte de nosotros, digamos, poco favorecedora.

Digo, está muy bien procurar dar una imagen agradable. Pero, ¿y si lo hacemos porque nos da miedo mostrar nuestros defectos?

Yo también tengo ese miedo y conozco a pocas personas que no lo tengan en algún aspecto de su vida.

El prejuicio de que las imperfecciones restan valor a la persona se extiende, se asimila y se convierte en una costumbre.

flor diferente

Buscamos eliminar las imperfecciones para ser aceptados, queridos, exitosos y, sin darnos cuenta, le damos todo el protagonismo a esas imperfecciones, carencias o errores que hay que maquillar como sea.

La imperfección importa más que el resto

Nos miramos en el espejo y no vemos nuestra sonrisa. Vemos la imperfección; las ojeras que se han extendido medio kilómetro.

Miramos a una persona y pasa lo mismo: Los defectos saltan antes a la vista.

¿Y cuando salimos a la calle? Igual. – ¡Qué mal está hoy el tráfico!

Estamos tan acostumbrados a buscar imperfecciones que son lo primero que vemos, sobreponiéndose a lo bueno, opacándolo.

Llega alguien con un precioso jersey de color negro, maravillosamente tejido… y tus ojos se van hacia esa diminuta mota blanca de polvo que lo está estropeando. Te molesta tanto que vas corriendo a quitársela. – Así está mejor.

Yo me pregunto: ¿Puede ser feliz alguien que presta más atención a las imperfecciones que a todo lo demás?

¿Qué pasaría si, en lugar de ver la motita blanca primero (e inquietarnos con su presencia) nos fijamos en el conjunto?

Dichoso perfeccionismo… ¿Y si nos atrevemos a dejar ahí la motita?

Imagen de -sel


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