En lo cotidiano aparecen obstáculos que hacen que mantener la regularidad se complique.
Cualquier persona puede realizar la acción que se proponga en un día dado: correr, madrugar, alimentarse bien, ahorrar, leer… o lo que sea.
Convertir esa acción en un hábito y progresar en él es otra historia. Tiene su aquél mantener cierta regularidad, como habrás comprobado.
A las dificultades cotidianas (distracciones, imprevistos, falta de motivación y demás) hay que sumarles las dificultades “extraordinarias”, que son las que acontecen en los días muy buenos o muy malos.
¿Como cuáles? Como las turbulencias emocionales. Casi nada. Con ésas siempre hay que contar.
La mayoría de nosotros pasamos por etapas en las que casi todo funciona o incluso va maravillosamente. Y también por etapas que lindan en lo desastroso.
Pues, bien. En esos momentos “extraordinarios” es donde corre más peligro la regularidad de los hábitos.
Veámoslo con un ejemplo para que quede más claro: el ejercicio físico. La que entra en turbulencias voy a ser yo, que tengo el ejercicio como parte de mi rutina diaria.
Voy cumpliendo con el hábito en los días “normalitos”, superando los problemas comunes de estos días (imprevistos, falta de ganas, etc.). El día que menos lo espero… (¡tachán!) comienzan las turbulencias.
• Entro en una rachilla muy buena iniciada por unas vacaciones, un ascenso laboral, un amor correspondido… o cualquier otra circunstancia que me lleve a la mega-felicidad.
Estoy tan contenta, que dejo de preocuparme por el ejercicio. Hay que vivir esto, que la vida son dos días.
• O llega una mala racha detonada por una enfermedad en el entorno, un fracaso, un engaño que me deje el corazón hecho añicos o cualquier otra circunstancia desagradable.
Ahora estoy tan deprimida, que el ejercicio físico me importa un pimiento. Podría hacerlo, pero… ¿para qué?
¿Alguna solución?
Claro que la hay. Tendrás que encontrar la que a ti te convenza.
Yo opto por escuchar a las emociones y tratar de encontrarles un cauce. Si me apetece reír, río. Si la tristeza me aplasta, lloro. Me doy un espacio para vivir el momento.
¿Y el ejercicio? Con el ejercicio cumplo. Así me salte un día o varios. Así un día haga un mini-ratito y otro esté con la cabeza en la luna de Valencia mientras correteo por ahí.
¿Qué ventajas tiene mantener la regularidad, aunque sea así de imperfecta? Las tiene. Si no, para qué iba a molestarme en cumplir con el hábito.
Manteniendo el hábito sigo mi progreso. En los días buenos, tal vez hasta me cunda más la ejecución del hábito, por aquello de que uno suele ser más productivo cuando los ánimos acompañan.
En los días malos, me alejo de la espiral negativa haciendo algo positivo, que puede ayudarme a sentirme mejor. Y, tanto en un caso como en el otro, estoy alimentando mi autoestima.
No se puede controlar buena parte de lo que acontece en nuestras vidas. Además, hay que aceptar que a veces las emociones se desbordan pillándonos a contrapié. Pero en nuestros hábitos sí tenemos control.
Agarremos, pues, los mandos de la nave. Y, si llegan las turbulencias, mantengamos firme el rumbo hacia eso que queremos, hacia el motivo por el que, en su día, nos propusimos adoptar el hábito en cuestión.
¿Cómo te suena? ¿Qué tal te las arreglas tú en estos casos?