Si alguien quiere experimentar lo que se siente al ser famoso, lo único que tiene que hacer es mudarse a un pueblo pequeño.
Uno como el mío, donde la mayoría de los habitantes tienen sobrado conocimiento sobre las vidas de sus vecinos.
No es criticar. Es referir.
Filiación, estado civil, ocupación, credo, ideas políticas, enfermedades o locuras que te dé por hacer. Pepa y Antonia se unen para compartir datos sobre tu persona; juntan las piezas del puzzle y, las que faltan, se las inventan.
¿Eso se llama criticar? ¿Cotillear? En mi pueblo, no. Los chismosos o cotillas están muy mal vistos. Aquí se le dice: REFERIR.
Referir es mencionar o relatar (supuestamente sin inventarse nada). Pero eso no es lo que se hace en esta pequeña comunidad.
Aquí se chismorrea; se cotillea, como en todas partes. Es decir, se meten las narices en la vida de los otros, se esparcen verdades, rumores infundados, calumnias y leyendas extrañas.
Todos chismorreamos
Lo hacemos todos. Yo, también. A veces es simple curiosidad, aburrimiento o el chisme te sorprende sin que lo puedas esquivar:
— ¿Ah, sí?
— Sí. Resulta que… [bla, bla, bla…]
Y, sí. Hay que admitir que el cotilleo te ayuda a desahogarte, a conocer a la gente, a estrechar relaciones (bien o mal) y a adaptarte a la vida en tu comunidad, entre otras ventajas que tiene.
Pero también acarrea consecuencias negativas, tanto para el chismoso como para quien es el protagonista del chisme. Veamos algunas, para que cada uno decida si meterse o no en determinadas conversaciones.
1. Efecto boomerang del chisme
Lección aprendida: Cuidado con lo que dices, porque puede volverse contra ti.
Sin tener la menor prueba al respecto, yo te cuento que el hijo de mi vecina Carmen se emborrachó ayer y fue (presuntamente) quien quemó varios vehículos en las afueras del pueblo.
¿Qué me puede pasar?
- Por ejemplo, que Carmen se entere de lo que voy diciendo de su amado hijo y venga a cantarme las cuarenta.
- Que estropee la reputación el muchacho, siendo inocente, y luego me sienta mal por ello.
- Y, lo que es seguro: Que les dé derecho a quien escucha el chisme o tenga que ver con él, para que chismorreen sobre mí.
Luego, si a mí no me gusta que «refieran» este tipo de cosas acerca de mí, no me conviene en absoluto hablar de ellas.
Que sí. Que van a «referir» de todos modos. Pero así reduzco probabilidades, aunque sea mínimamente.
2. El cotilleo aísla
El cotilleo casual une. Tú estás muy entretenido conmigo porque te cuento historias de todo el vecindario. Vienes a verme por las tardes. Tomamos café juntos… y charlamos.
Pero también separa. Porque, sabiendo la boquita tan ligera que tengo, ¿tú me confiarías a mí algún secreto que tenga que ver contigo?
Yo creo que no. Además, probablemente, le dirías a tus conocidos: A ésta no le cuentes nada, que lo va a pregonar por todo el pueblo.
¿De qué me sirve tener tantos conocidos si nadie confía en mí?
3. El cotilleo hiere
Éste es uno de los peores efectos que pueden desprenderse del cotilleo.
El cotilleo me hiere a mí: Cuando rompo la promesa que te hice de no contarle a nadie lo que me dijiste o cuando me gano la reputación de chismosa y dejan de confiar en mí.
Y el cotilleo hiere a los demás: Cuando hablo de asuntos delicados que prefieren mantener en privado. Cuando esparzo mentiras ayudando a que se perpetúen. O cuando critico a una persona porque, simplemente, hizo algo que yo hubiese hecho de otro modo.
Conclusiones
El cotilleo es algo habitual, cotidiano y, en pueblos con tan poca actividad como el mío, inevitable. Tiene incluso su puntito sano, porque nos ayuda a conocer mejor a los demás y a relacionarnos.
Sin embargo, no está de más tener cuidado con lo que contamos acerca del prójimo. Ya ves. Puede salirnos caro y quizás estemos haciendo más daño del que pensamos (a nosotros mismos y a ellos).
Imagen de lawgeek