Si cada uno de nosotros trazara una línea que ilustrase el camino que hemos seguido en la vida hasta llegar al día de hoy, ninguno dibujaría una recta.
Lo más seguro es que en tu trazo y en el mío se vean subidas, bajadas, tramos rectos y hasta algún punto de estancamiento.
Está bien así: Que haya alternancia, para que podamos aprovechar cada etapa. También las más duras, las ingratas. Ésas en las que acabas cubierto de fango hasta los ojos, herido, caído o pisoteado.
En esas etapas germina la esperanza. Una fuerza que te acompañará en estos tiempos difíciles y en los que vengan, impulsándote a subir de nuevo.
Etapas de subida
Breves o largas, todos hemos conocido estas etapas. Son ésas en las que se cosechan frutos. O, simplemente, ésas en las que estás contento y motivado, a pesar de las dificultades que encuentras al paso. Sientes la energía y la vuelcas en tus intereses y proyectos.
Son días de vino y rosas, pero inevitablemente llegan…
Las otras etapas
Siguiendo con el símil agricultor: Son días para sembrar, regar, abonar, limpiar, etc. Días de trabajo silencioso y de paciencia, hasta ver que las semillas comienzan a germinar, a crecer, a subir de nuevo.
La esperanza en tiempos difíciles
La esperanza es ese convencimiento firme de que una etapa trabajosa no durará para siempre. No lo hará, efectivamente. Pero a esa certeza hay que añadirle un rumbo.
Cuando albergas esa esperanza, también has de buscar el modo de volver a subir y convencerte a ti mismo de que puedes hacerlo.
Así, por largo y sombrío que haya sido el camino, por herido que estés tras haber sido vapuleado, la esperanza te dará la fuerza que necesitas para soportar el mal trecho que quede y para dirigirte hacia donde quieres.
Úsala para avanzar, mientras que dejas atrás las creencias que no te sirven:
- Soy demasiado mayor.
- Es tarde para mí.
- No seré capaz.
Reencuéntrate, reinvéntate, reequípate para una nueva aventura.
Porque ahora toca subir por el rumbo que tú has decidido. Y, desde luego que puedes hacerlo, como otras veces lo has hecho.