¿Eres feliz? Responder a esta pregunta no es tan sencillo.
¿Feliz? ¿Comparado con quién? ¿Con mi vecino a punto de ser desahuciado o con una rica celebridad que vive en Hollywood?
Comparar tu felicidad con la de otros
Es un poco absurdo valorar qué tan bien estamos comparándonos con personas que conocemos muy poco o nada en absoluto. Nos falta información.
Incluso puede faltarnos información cuando nos comparamos con esas personas que se supone que conocemos mejor (familia, amigos, compañeros…).
La comparación no tiene sentido cuando no conoces todo lo que hay detrás
Cada uno de nosotros tiene sus motivaciones, sus problemas, sus valores y demás circunstancias.
Cuando comparamos nuestra felicidad con la de otro, pasamos por alto buena parte del lote.
O, peor todavía, le atribuimos a esa persona parte del nuestro. Como si “ser feliz” fuese para cada ser humano lo que nosotros pensamos que es “ser feliz”.
Pero hay otro elemento más que hace que la comparación tenga poco sentido: Estamos más acostumbrados a exponer la alegría que la tristeza.
Los psicólogos nos cuentan que, cuando uno está triste o pasando una mala racha, no es tan propenso a exteriorizarlo o compartirlo con el mundo, como cuando tiene éxito o se siente muy contento.
Generalmente, tenemos la inclinación a expresar las emociones positivas en público y a dejar para el espacio privado las negativas.
Así que es precipitado decir que una persona es más feliz que nosotros solo porque, cada vez que la vemos, aparece relajada y sonriente. Nosotros no estamos con ella cuando llora.
En resumen, la mayoría de las veces nos equivocaremos al juzgar la felicidad de alguien solo por lo que vemos a simple vista, por lo que intuimos o atribuimos a esa persona. Y nos equivocaremos más todavía al compararnos con ella.
Haz que tu felicidad sea incomparable
Terminas de tomarte un café. Miras por la ventana y contemplas una mañana resplandeciente. Esas sensaciones agradables te llevan a tocar la felicidad por un instante.
De repente, te acuerdas de que María está de vacaciones esta semana. Puede levantarse tarde, si quiere, y pasar el día fuera disfrutando del buen tiempo. Qué maravilla. El placer del café tranquilo es una birria al lado del suyo.
Los humanos comparamos de manera prácticamente automática. Es un mecanismo que nos es útil para aprender o para protegernos de los peligros. Pero, en lo tocante a la felicidad, estorba en no pocas ocasiones.
Te parece que María es más feliz que tú, porque está de vacaciones. Comparas tu café con lo que te imaginas que ella va a hacer hoy. Lo que ignoras es que se pidió las vacaciones para resolver un problema familiar que no ha comentado con nadie.
Durante la tarde, María decide darse una vuelta por Facebook y visita tu perfil. Allí ve las últimas fotos que has colgado. Se te ve una persona con tanta seguridad, que María piensa: “Ojalá fuera yo así de desenvuelta.”
En un instante, se le olvida que estaba contenta por haberse quitado de encima el papeleo que hizo hace un rato. Y su felicidad termina de esfumarse cuando mira por la ventana y descubre que la vecina se está despidiendo de su novio de manera cariñosa… “Qué suerte tiene.”
Ser infeliz es sencillo
Si estás contento por haber ganado un poquito más de dinero este mes, piensa que aquel está mejor porque ha ganado un poquito más que tú.
Si eres feliz porque te vas de vacaciones a tu casita del pueblo, acuérdate de tu primo, que se está pegando ahora mismo un crucero por el Adriático. Eso sí que es vida.
Si consigues batir tu marca personal en una carrera, no lo celebres. Mira al ganador para que no se te suban los humos. Eres lento a su lado.
Ya ves lo fácil que es amargarse la vida…
¿Qué tal si saboreas tu felicidad sin compararla con otra?
Disfruta que estás a gusto ahora, mientras te tomas el café. Celebra ese dinerillo extra. Relájate a placer en tus vacaciones. Sonríe sin cortarte cuando batas tu propio récord. No compares esa felicidad con la que tú te imaginas que sienten otros.
Puede ser que esos otros tengan ciertas ventajas. ¿Y qué? La vida no es justa. Cada cual hace lo que puede con los recursos que tiene a mano y en las circunstancias en las que se halla.
O puede ser que tú te estés imaginando una felicidad a tu conveniencia. Al comparar lo que te falta con lo que otro tiene, no ves TODO lo que tiene.
No ves sus miedos. No ves las tensiones por las que atraviesa. Y no ves las carencias por las que se siente desdichado cuando, a su vez, se compara con otro que supuestamente es más feliz.
Cuando te compares con otro, porque quieras aprender o mejorar tu situación, no lo hagas tan a la ligera. Estudia la situación con calma. Infórmate bien. Mira si eso que deseas es en realidad lo que quieres.
Empleada así, la comparación puede ser útil. Pero si la empleas impulsivamente para desdeñar tu propia felicidad, ten por segura la desdicha.
Basado en: Are You Happy? Why It’s Difficult to Tell
Imagen de alles-schlumpf