Hay personas que prefieren dar a recibir. Son bondadosas y espléndidas a la hora de ofrecer palabras de aliento, apoyo, cumplidos o algún obsequio a los demás. Lo hacen de corazón y se sienten muy bien por ello.
En cierta forma, es lógico, ya que la generosidad tiene recompensa…
El que da, recibe
En este punto, llamemos “regalo” a cualquier gesto o cosa material que una persona entrega a otra para hacerla sentir bien.
Pues bien. La persona que da un regalo va a recibir otros tantos. Casi siempre se cumple, aunque la correspondencia no es exacta. Unas veces da más de lo que recibe y otras, al contrario.
Inmediatamente, recibe:
- la satisfacción de poder dar,
- la alegría de haber hecho feliz a otro,
- y la sensación de que está contribuyendo a cuidar y fortalecer sus relaciones.
(Aquí, más beneficios de la actitud generosa.)
Y, si sigue siendo una persona generosa, la misma persona con quien lo fue u otras es muy probable que quieran corresponder del mismo modo. Recordemos: La generosidad siempre recorre un camino de ida y vuelta.
Sin embargo, esta persona generosa se siente un poco incómoda cuando es la receptora de los regalos que le brindan los demás. Quizás rehuya cumplidos, felicitaciones, invitaciones… otros regalos o ayuda que necesite en un momento dado.
Ha aprendido a dar, pero no a recibir
Es frecuente que las personas con baja autoestima piensen: Yo no merezco tanto, cuando alguien les ofrece un regalo o algo tan pequeño como una palabra amable.
Y, llevadas por ese convencimiento (erróneo), no se dan cuenta de que están limitando la satisfacción y la alegría que otros experimentan al darle un regalo.
Su intención no es ésa. La persona que se siente incómoda no trata de privar al otro de la dicha de sentirse generoso, aceptado, valioso.
Justo al contrario: No quiere que el otro se moleste, que se sacrifique, que se rasque el bolsillo o que le dedique parte de su tiempo.
Pero… ¿Y si esa persona necesita demostrarle su apoyo? ¿Y si quiere ofrecerle algo de corazón?
La persona que da… ha de estar dispuesta a recibir.
Porque la generosidad no es sólo dar, sino también permitir que el otro pueda darte, dejando que se sienta bien por ello.
Ahora viene la pregunta interesante: ¿Cómo se aprende a recibir?
No es difícil. Habrá que cultivar un poco la gratitud…
Aprender a ser agradecido
A ser agradecido se comienza con esos regalos cotidianos a los que no damos demasiada importancia por ser recurrentes, pero ahí están.
Cada uno de nosotros disfruta de regalos grandiosos desde que se levanta hasta que se acuesta: la gente que nos acompaña es un gran regalo de la vida, cada función que nuestro cuerpo realiza para mantenerse vivo, también lo es.
La lista de regalos es muy larga. No todos tienen los que se merecen, de acuerdo. No obstante, cada uno de nosotros puede encontrar regalos por los que sentirse dichoso cada día.
La persona que piensa que no merece tanto también los recibe.
Necesita reconocerlos, para poder apreciarlos y abrirles el corazón hasta sentirse dichoso, honrado por recibirlos.
Ese sentimiento se llama gratitud. Es el que experimenta la persona que recibe, sin incomodidades ni recelos.
Así, se aprende a recibir.
La generosidad del agradecido
Como hemos dicho, el generoso tiene ventaja. Es feliz porque da y también porque es consciente de la alegría del otro y de su gratitud.
Por eso, es también muy generoso permitir que el agradecido pueda mostrar su generosidad, si desea hacerlo.
Esto nos lleva a la conclusión del enunciado: saber ser agradecido también es ser generoso. ¿No te parece?
Nota: Excluimos de este tema todos los “regalos” que se hacen con intenciones, digamos, “menos puras”. Ésos merecen mención aparte.