Como los animales, buscamos el placer y huimos del dolor.
Pero los humanos tenemos una ventaja (o desventaja, dependiendo de cómo se mire): podemos anticipar tanto lo uno como lo otro.
En el caso del dolor, no nos compensa demasiado la habilidad de recrear por anticipado lo que vamos a sufrir. Porque, sumando la anticipación con el mal momento cuando llega, el dolor se prolonga por horas, por días, por meses…
Por ejemplo, una vacuna. Al perrito no le gusta que le pinchen y lo pasa mal en ese momento.
En mi caso, el mal rato dura desde que me levanto: ¡Oh, no! ¡Hoy es cuando me pinchan! Y, así, varias horas, hasta que salgo del consultorio.
La gracia está en que el dolor (el pinchazo) duró un instante. Lo que prolongó el sufrimiento fue el miedo al dolor.
Miedo a lo que pueda ocurrir
Pero los humanos somos todavía más desconcertantes. No sólo sufrimos por el dolor que va a ocurrir, sino también por el que probable o remotamente pudiera ocurrir. Y esto sí que nos limita y nos fastidia a base de bien.
Nos privamos de hacer muchas cosas por el miedo a que algo salga mal (y nos haga sufrir).
- Si te da miedo viajar, no vas a ninguna parte.
- Si temes que te rechacen, no te relacionas.
- Y si te angustia la posibilidad de fracasar, no inicias ningún proyecto.
El caso es que evitando un dolor (probable o muy remoto) nos estamos garantizando otro: el dolor de no haberlo intentado.
Duele querer hacer algo y detenerse por el miedo. Es un dolor emocional que quizás no conocen los animales, pero nosotros sí. Y puede ser tan desgarrador (o más) que el dolor de fracasar en el intento.
Por ejemplo, optar a un trabajo. No te ves con opciones y te descartas tú solito, antes de que te rechacen en la empresa.
Es cierto que te ahorras el dolor del rechazo, aunque puede que no se hubiera producido. Pero, a cambio, te garantizas tu propio rechazo (el dolor de sentirte débil, cobarde… o lo que sea). Te aseguras un dolor, tal vez, más intenso y duradero.
No sé cómo lo ves tú según tu experiencia. Para mí, el dolor de intentarlo y fracasar (o dolerte de un pinchazo) termina. Lo superas, aunque cueste, y a otra cosa.
Pero, si vence el miedo al dolor y no haces lo que quieres, el sufrimiento se prolonga bastante. Al principio, por lo que ves venir. Y, pasada la oportunidad, por haberla dejado ir.
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