¿Por qué duele tanto el rechazo?

A lo largo de la vida todos sufrimos algún tipo de rechazo. Los hay pequeños, como que te nieguen el saludo por la calle. Los hay grandes, como un despido en el trabajo.

Se trata de una experiencia muy conocida que nos consta que duele.

Veremos porqué duele tanto el rechazo y qué podemos hacer para protegernos y recuperarnos cuanto antes, una vez sufrido el golpe.

rechazo

A continuación tienes la tabla de contenidos, por si quieres ir directo al punto que te interesa.

Hace tiempo comentamos un descubrimiento científico: Al sufrir un rechazo se activan las mimas áreas en el cerebro que cuando experimentamos un dolor físico: Paracetamol para los sentimientos heridos.

Como lo lees. El cerebro reacciona al rechazo lo mismo que a otros dolores del cuerpo. Y la explicación a esto podría estar en nuestros ancestros.

Cuando el ser humano vivía en tribus y era muy difícil la supervivencia, el rechazo (ser excluido del grupo) suponía prácticamente una sentencia a muerte, porque un individuo en solitario no podría defenderse en un entorno tan hostil.

¿Cómo te imaginas que se sentía nuestro antepasado excluido?

No tienes que imaginártelo. Es probable que buena parte de ese miedo intenso (tan intenso que duele) esté en tus genes.

Contra eso, nada que hacer. Pero sí podemos actuar para defendernos de ese miedo y de otros efectos relacionados del rechazo. Sigamos…

1. Cómo te afecta el rechazo

El rechazo y la exclusión

Los seres humanos necesitamos sentirnos parte de un grupo y tener un lugar en él. El rechazo nos excluye, nos hace sentir desplazados y esto hace el dolor más grande.

En ese momento en el que nos sentimos «apartados», es recomendable conectar con alguien cercano; buscar su compañía para evitar sentirnos tan solos.

El rechazo y la ira contenida

El rechazo también produce rabia. Una rabia que no termina en el mismo momento del rechazo, sino que permanece durante horas, días… o por mucho, mucho tiempo.

Cuanto más importante es el rechazo, más duele, más coraje da y, también, más probabilidades existen de que lo descarguemos con víctimas inocentes (familia, amigos, compañeros…).

¿Sabes qué es lo que más ayuda en estos casos? Lo mismo: Hablarlo.

Después de sufrir un rechazo, hablar de lo que sientes con quien pueda brindarte apoyo emocional es muy efectivo para liberar las tensiones y retomar la calma.

El rechazo y el auto-castigo

Además, el rechazo impacta en la autoestima. Como ya dijimos, una persona con autoestima baja puede considerar el rechazo como una «prueba» que le confirma la pobre imagen que tiene de sí misma.

Puede encontrarle sentido a que le rechacen debido a sus carencias y demás defectos, en lugar de buscar una explicación distinta. ¿Por qué no pensar que la razón del rechazo no está en él o ella?

Por ejemplo, si yo rechazo salir contigo, no tienes que pensar que lo hago porque TÚ eres mortalmente aburrido, sino porque YO tengo otros planes. ¿Te suena lo de: «No eres tú. Soy yo«?

Pues… va siendo hora de creer en esa frase. Porque no siempre el rechazo tiene que ver con la persona rechazada (que puede ser maravillosa), sino con las preferencias, prioridades o gustos de la otra.

El rechazo y la confusión

Con todas las sensaciones incómodas que acarrea el rechazo, a ver quién es el guapo que puede concentrarse después de recibir el mazazo.

El rechazo embota la mente, merma a nuestra capacidad para tomar las mejores decisiones e incluso afecta a la memoria a corto plazo.

No pensamos con claridad en ese momento. Por lo tanto, no es nada productivo que nos empeñemos en realizar inmediatamente actividades que impliquen esfuerzo mental (como trabajar o estudiar). Habrá que despejarse un poquito…

Y, para despejarse, cada uno puede elegir lo que prefiera: salir a correr, meditar, hablar con Pepe o escribir sobre la situación, incluyendo una lista con las cualidades positivas más destacables de tu persona.

El rechazo y el pesimismo

Para rematar (y muy relacionado con los anteriores puntos) está la nube negra que levanta sobre sí misma la persona rechazada.

El dolor, la tristeza y la ofuscación que experimenta por el rechazo reciente la lleva a exagerar generalizando la situación: «Siempre estaré solo.» «Nunca conseguiré trabajo.» Etc.

Hay que ver cómo el miedo y el dolor pueden nublar nuestra mente hasta tal punto de creer permanente una situación temporal.

Eso, hasta que somos capaces de entender:

  • Que una persona te rechace, no quiere decir que todas vayan a hacerlo.
  • Que no te contraten «ahí», no quiere decir que los de «allí» no vayan a contratarte.
  • Que no salga a la primera (o a la segunda), no significa que NUNCA vaya a salir. ETC.

Si estás en éstas, ten cuidado con el lenguaje. Procura no sentenciarte con él diciendo «siempre esto» o «nunca aquello». Sé tu amigo y cambia ese tipo de expresiones por las del estilo a: «Esta vez no ha funcionado

2. Qué actitud adoptar para superar el rechazo

Evitar que nos rechacen no es posible. Quizás podría serlo si nos abstuviésemos por completo de tener algún tipo de relación con nuestros semejantes, pero no es el caso.

Expondremos nuestras ideas y más de una vez nos dirán: «Anda ya. ¡Qué disparate!» Quizás intentemos conseguir un puesto de trabajo y elijan a otros.

Puede que nos enamoremos de alguien que prefiera darse con un canto en los dientes que ir con nosotros a la vuelta de la esquina…

Son sólo ejemplos. ¿A quién no le han rechazado alguna vez?

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Como no tenemos una bola de cristal, nunca podremos saber si incluso el rechazo nos ha beneficiado, porque a veces se cumple aquello de: «No hay mal que por bien no venga.»

Puede que sí, pero en la mayoría de los casos no lo sabremos. Así es que dejemos este pensamiento aparcado.

Nos ayudará más pensar que el rechazo forma parte de la vida y de las relaciones. No hay nada de malo en nosotros. Simplemente, tiene que pasarle a todo el mundo.

¿Y qué pasa cuando afrontamos rechazos sucesivos? Uno tras otro, tras otro, tras otro… Esto puede carcomer la autoestima, desde luego.

Pero no perdamos la perspectiva… El rechazo surge cuando intentamos algo. Mucho peor es no hacer nada. Así se evita el rechazo, claro, pero también es mucho lo que se deja de aprender.

Y, cada vez que aprendemos cómo no hacer algo, nos acercamos más al momento de hacerlo bien. Que se lo digan a Edison, que antes de salirle bien la bombilla, tuvo que intentarlo mil veces. (En serio. Él mismo documentó sus fallos.)

Ya se trate de rechazos esporádicos, sucesivos, dolorosos o intrascendentes, recuerda: TODOS somos rechazados alguna vez.

No lo tomemos como algo que sólo nos ocurre a nosotros porque algo falla en nuestra persona. No, no y no. Así es que si este pensamiento te asalta, dale una patada y mándalo lejos.

 

Con todo lo expuesto, espero que estemos un poco más preparados para enfrentarnos al rechazo y sus efectos.

Ya que no lo podemos evitar, aprendamos a minimizar sus daños y a hacer que sanen antes nuestras heridas; que cicatricen bien, para que no se abran más adelante.

Imagen de Jon McGovern