Vivir plenamente el presente no está reñido con tener metas y seguir caminando hacia ellas. No está reñido con la prevención ni la previsión.
Como no sabemos hasta cuándo durará esta aventura de la vida, lo suyo es disfrutarla hoy pensando un poquito en el mañana.
Estamos de acuerdo, ¿verdad? Por eso cada uno de nosotros tiene sus objetivos y, día a día, trabaja por ellos.
Por eso mismo invertimos tiempo, dedicación, dinero o amor en cosas que no ofrecen un beneficio inmediato, pero van formando un activo sólido que ahí estará mañana, para celebrarlo o para facilitarnos el camino.
De primeras, seguramente gastamos menos dinero, tiempo, esfuerzo o demás. Pero también desaprovechamos la oportunidad de mejorar el mañana.
Amantes de una noche. Amigos de una tarde. Ocio de matar el tiempo. Ropa que encoge después de lavarla la primera vez. Centenares de productos de usar y tirar…
Lo duradero es caro. Y no sólo hablamos de dinero. Observemos las amistades que duran toda una vida, por ejemplo. ¿A que cuesta construirlas y mantenerlas?
Aunque, a diferencia de lo desechable, lo que aquí hacemos es una inversión: Invertimos (tiempo, energía, amor, dinero, etc.) porque, si mañana seguimos aquí, en lo duradero tenemos un gran respaldo.
Una amistad, una pareja, una habilidad, una carrera, una vivienda, un proyecto ambicioso… Cada día invertimos en cosas como ésas en lugar de en cualquier versión más barata o desechable de lo mismo.
Porque hemos aprendido a apreciar y disfrutar los momentos de hoy, destinando algunos de ellos a preparar y allanar el camino de mañana. Por eso mismo invertimos en lo duradero.