Hay maneras muy disimuladas de librarse de lo que uno NO quiere hacer. Escurrir el bulto es precisamente eso.
Esas maniobras son tan discretas, que parece que quien las muestra tiene un gran interés por asumir la responsabilidad que se trate. Pero su interés, en realidad, no es tan grande.
Lo vamos a ver claro en estas tres triquiñuelas que muchos hemos usado.
De ese modo, podremos ser más conscientes de ellas la próxima vez que las empleemos. Y, además, las reconoceremos rápidamente cuándo las empleen con nosotros.
1. Dame pan y llámame tonto
Esto no es una técnica que se llame así, sino un refrán que usa a menudo una persona de mi entorno muy dada a utilizar repetidamente esta forma de librarse de lo que no le apetece hacer.
Su estrategia, básicamente, es hacerse el tonto: Se le “olvida” cumplir con la responsabilidad: ¡Ay, qué cabeza tengo! No me acordé de que era hoy cuando tenía que…
Con eso basta para librarse de lo que no quiere hacer. Y, si se le insiste para que lo haga en unos días, despliega con arte la artillería de la ineptitud: Se retrasa, se despista y/o lo hace mal (supuestamente adrede).
Así consigue que su trabajo lo termine otro. Mejor todavía: La próxima vez no le asignan ese trabajo. Se libra de él para siempre.
Al principio, yo le daba el beneficio de la duda. Pero después de verlo años repetir este truco, de escucharlo defender su lema del “dame pan” y de constatar que es muy eficiente con lo que sí le interesa, me he dado cuenta de que es una simple estratagema.
Le sirve para escurrir el bulto. 😀
2. Oh, pobre de mí
¿Te suena cuando una persona aprovecha una desventaja para justificar su falta de ganas de progresar?
Mi promoción salió de la escuela con un nivel muy bajo en matemáticas. Cuando yo empecé a suspender exámenes en los estudios posteriores, lo achacaba a que tenía poca base: No puedo hacer más.
Menos mal que, tiempo después, le di una patada a esa excusa y me apunté a clases de refuerzo. ¡Claro que podía hacer más! Pero era más cómodo no esforzarse.
Por supuesto, hay personas que se las ven con hándicaps de peso, grandes desventajas respecto a la mayoría. Cuando eluden su responsabilidad (y se boicotean a sí mismos), es cuando sí pueden avanzar y se niegan a hacerlo escudándose en esa desventaja.
En el trabajo con personas con discapacidad, llamábamos a esto “indefensión aprendida”.
Había personas que se instalaban en su condición desvalida, de víctima, y de ahí no se movían. Mientras que otras (más afectadas incluso) afrontaban sus misiones cotidianas con una actitud totalmente opuesta: buscaban y celebraban cada pequeño avance.
3. La cadena de “peros”
Viviríamos con los bolsillos a rebosar si nos hubieran dado una moneda cada vez que hemos participado en esta cadena, de un lado o de otro.
Échate otra en el bolsillo si yo te digo con tonito supuestamente deseoso que quiero hacer más ejercicio. Tú me propones que me levante un poco antes, que lo haga por la tarde, que use la bici… Y, cada sugerencia, yo te la rebato con un “PERO”.
Cuando te cansas de hacer sugerencias, yo siento que tengo razón. Me he salido con la mía. Es más, puedo subrayarlo diciéndote que ya había pensado en todo lo que tú propones: ¿Ves como no puedo hacer ejercicio?
En realidad, más que sugerencias, eso era lo que buscaba desde un inicio: Que tú vieras que me es imposible hacer ejercicio y me dieras la razón.
Hay maneras muy directas de librarse de las responsabilidades: No lo haré, porque no me apetece. Éstas de arriba son más disimuladas, ¿no te parece? Creo que es bueno que las tengamos en cuenta.