Los seres humanos necesitamos que nos escuchen. Necesitamos que haya alguien ahí que preste atención a lo que pensamos, a lo que sentimos, a lo que deseamos…
Pero muchas veces esta necesidad tan básica no es satisfecha.
Nos damos contra un muro en forma de:
- personas que imponen su autoridad o no escuchan nada que no vaya en su línea;
- aquéllas llenas de prejuicios o de opiniones cerradas que no admiten réplica;
- aquéllas que están pensando lo que nos van a decir antes de que terminemos de hablar,
- etc.
Hablamos y necesitamos que nos escuchen, pero… ¿quién lo hace?
Estamos rodeados de gente que, a su vez, necesita atención. Cada uno con su historia, con su opinión, con sus argumentos, con su juicio y con su verdad.
En casa, en la calle, en las redes sociales, en cualquier lugar hay gente deseosa o hasta desesperada por encontrar quien le dedique un poco de atención.
Y ahí es donde podemos tomar dos caminos: O gritamos más fuerte, haciendo ruido hasta que nos escuchen, o nos decidimos a escuchar en primer lugar.
Decide escuchar
Escuchar lo que otro tenga que decir, sin prisas, sin juzgar, sin importar que lleve o no la razón… también nos sirve a nosotros.
Sirve para prevenir conflictos y malos entendidos. Para estrechar relaciones. Para apreciar qué hace único al otro, cómo siente, cómo piensa, cómo afronta la vida, porqué es como es…
Y todo eso, aunque no seamos conscientes de ello, nos ayuda a descubrir más de nosotros mismos.
Por eso, en ciertos momentos vale la pena ser el primero en pararse a escuchar. De alguien tiene que partir la iniciativa.
Cuando la otra persona capta que, de veras, nos importa lo que dice, no sólo le estamos haciendo a ella un regalo que ansía; también estamos haciendo algo bueno por nosotros mismos.