Qué complicados somos los humanos… Por una parte, somos reacios a cambiar y, por otra, nos atrae lo nuevo.
¿Y cómo no nos va a atraer? Gracias a que en su día probamos todo ese repertorio de cosas que conocemos o hacemos, ahora forman parte de nuestro día a día.
Quizás lo próximo que probemos sea el detonante de un cambio radical (y positivo) en nuestras vidas. O puede que se quede en una simple experiencia.
Un momento. ¿Simple? De simple, nada.
La variedad nos enriquece
Cada pequeña cosa que probamos nos aporta algo, llámese sabiduría, cultura, diversión… Depende de lo que se trate.
El caso es que «lo nuevo» viene a ampliar nuestro pequeño universo.
Nos hacemos más creativos y flexibles porque disponemos de más elementos que combinar. Más valientes, porque vamos perdiendo el miedo a los errores o al resultado.
Y más felices, porque cuando hacemos algo nuevo estamos totalmente metidos en ese momento, como cuando jugamos.
¿Cómo comprobarlo?
Lo podemos comprobar al comenzar a entrenar una habilidad, a practicar un hobby nuevo… y todo eso que tú ya sabes.
Pero lo más fácil es comenzar por pequeños detalles, para ir perdiendo reparos y aficionándonos a probar cosas nuevas. Puede bastar con variar un poco lo conocido.
¿Por ejemplo?
- Añadiéndole una especia inédita a la comida.
- Bailando una música que no hayamos bailado antes.
- Pasando un día sin televisor.
- Usando una ropa que rompa con nuestro estilo habitual.
- Haciéndonos algo diferente en el pelo.
- Visitando una exposición que nos encontremos en el camino.
- O diciendo que sí espontáneamente a alguna invitación pintoresca.
¿Por qué no?
Cada pequeña cosa que probamos supone un aprendizaje. Quizás nos deje fríos o la aborrezcamos. Está bien.
Pero ahí se queda ampliando nuestro bagaje. Lo mismo que se quedan, aunque en un lugar preferente, todas esas cosas que probamos y acabaron fascinándonos. Y eso fue gracias a ese día en el que les dimos la oportunidad de que nos sorprendieran.
¿A qué le vamos a dar hoy la oportunidad?