Estamos en fin de semana. ¡Qué mejor momento para desconectar!
Es el momento de ver esa película que hace tiempo que quieres ver; de leer por un buen rato, sin estar tan pendiente del reloj; de caminar despacio; de intentar algún experimento delicioso en la cocina, etc.
Hay días en los que toca salirse de la rutina, de las obligaciones de cada día; toca darle un giro a la vida para saborear esas pequeñas cosas que, por las prisas u otros inconvenientes, hemos pasado por alto.
El cuerpo y la mente lo piden. No es un lujo, sino una necesidad y, además, te lo mereces y yo, también.
¿Quieres que te cuente mis razones para desconectar hoy? Puede que tengamos algunas en común.
- Los últimos días han sido duros. Se han presentado inconvenientes que han demandado mucha energía.
- He sobrevivido a ellos. Estoy satisfecha, pero cansada.
- Me merezco una recompensa por haber trabajado con tanto empeño.
- Estoy saturada de tanto Internet (redes sociales, notificaciones, comentarios, etc.).
- He estado sentada demasiadas horas esta semana.
- Necesito hacer algo que no tenga nada que ver con la tecnología. Nada en absoluto.
- Mi cerebro ya ha desconectado y está esperando que el cuerpo le siga.
- El cuerpo quiere seguirle. Ya está demandando vacaciones, aunque sean breves.
- Hace un día precioso ahí afuera. Tan bonito como los que he disfrutado poco de lunes a viernes, por estar pendiente de resolver los problemas. No quiero perdérmelo hoy.
- El mundo seguirá girando igual mientras yo descanso, sin duda.
Por todo lo anterior, doy por inaugurado mi período de desconexión total. ¡Hala! Ya no estoy.
Si quieres dejar alguna razón de las tuyas para desconectar o para convencer a algún adicto a la rutina y a la tecnología, adelante.