Todos conocemos historias de personas que han dejado de fumar. Hace poco, mi padre me contó la experiencia de un amigo suyo. Y la estrategia que empleó el susodicho es la que aquí te comento.
El amigo de mi padre, a quien llamaremos Pepe, fue al médico. Este le dijo que, si apreciaba en algo su vida, se olvidara del tabaco. (Nada sorprendente.)
¿Qué hizo Pepe?
Pepe dejó de fumar al instante. Pero, durante el período de abstinencia, se llevaba el paquete de cigarrillos con él, como si aún fuese fumador.
¿Por qué no tiró los cigarrillos a la basura, si no pensaba fumar?
Según Pepe, porque así se probaba a sí mismo que tenía fuerza de voluntad; que él era más fuerte que el vicio; que tenía un par de… atributos masculinos bien puestos.
Como cada día, él se encontraba con mi padre. En teoría, Pepe ya no fumaba.
¿Lo consiguió? ¿Dejó de fumar para siempre? ¿No volvió a probar un cigarrillo, ni tan siquiera a escondidas?
Yo no lo sé. Mi padre dejó de verlo y no conocemos el final de la historia. Aun así, esa estrategia para dejar de fumar es ineficaz y más propia de cobardes (sin par de atributos), aunque parezca lo contrario.
No es de extrañar, por tanto, que Pepe haya recaído. (Ojalá que no.) Tenía muchas papeletas.
¿Por qué es un error dejar el tabaco a mano?
La estrategia de llevar el tabaco encima y demostrar, minuto a minuto, que eres capaz de resistir la tentación de fumar por ganas que tengas, ¿sabes lo que esconde? Miedo, inseguridad.
Lo sé porque también lo he pasado. En intentos anteriores, recuerdo que sufrí una sensación angustiosa al apagar el que se suponía que era el último cigarrillo.
Sólo pensar en tirar el maldito tabaco a la basura me daba vértigo. ¡Caramba! ¡Eso era lo que debería haber hecho!
Comprendo que Pepe decidiera llevar el tabaco encima. Aunque dudo que la razón real fuera demostrarse (a él y a todos) lo fuerte que era.
Porque, si era fuerte, ¿cómo es que no pudo controlar el consumo hasta entonces?
Por qué, durante su etapa de fumador, no se limitó a un cigarrillo o dos al día? ¿Por qué no lo dejó hasta que estuvo enfermo? ¿Y por qué sentía esa necesidad de exhibir su poderío ante sus amistades?
Por inseguridad. Pepe no se atrevía a tirar el tabaco, por si no podía arreglárselas sin él.
Era más fácil hacerse el héroe que admitir su miedo. Y se quiso engañar pensando que tenía control sobre su adicción.
¿Sabes por qué es descabellada esta actitud? Porque Pepe puede recaer en cualquier momento de descuido.
Justo en ese día en el que piense que ya ha vencido, puede encender un cigarrillo (pensando que no va a tomarle el gusto) y engancharse otra vez.
O en ese día, en el que se sienta particularmente triste, estresado o aburrido, quizás baje la guardia y encienda un cigarrillo sin pensar.
Resumiendo: No tiene sentido dejar el tabaco cerca cuando se quiere dejar de fumar. Muy probablemente se recae.
Es como si las personas que se están rehabilitando de su adicción al alcohol, por ejemplo, mantuvieran una botella de whisky al lado para probarse continuamente lo bien que lo están haciendo.
¿Qué piensas tú? ¿Cargarías el tabaco encima mientras te desenganchas del vicio?
Imagen de Bunnyrel