Oportunidades diarias para ejercitar la paciencia

Qué rápido nos hemos acostumbrado a querer las cosas… ¡ya! Qué satisfacción da tenerlas en las manos justo en el momento en que se quieren…

El pequeño inconveniente es que, a lo largo de un día cualquiera, no siempre podemos tener lo que queremos al instante.

Y, entonces, nos ponemos de los nervios cuando…

  • El tráfico no avanza: ¿Será posible? ¿Qué energúmeno estará ocasionando el atasco?
  • La fila del supermercado no se mueve: Esta cajera es una inútil. Qué lenta es la condenada
  • El camarero se equivoca: Me has puesto el café hirviendo. ¿No ves que llevo prisa?

En algunas de esas situaciones (sobre todo en la del tráfico) me sorprendo de lo intolerante que yo misma puedo ser.

Aunque lo veo más claro cuando estoy de simple observadora. Es más fácil ver cómo la gente suda, pone cara de pocos amigos, toca el claxon con cabreo o se cambia varias veces de fila en un supermercado tratando de llegar antes a la caja.

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En una sociedad que premia la inmediatez, cada vez nos cuesta más aceptar que no siempre las cosas siguen ese ritmo acelerado al que nos hemos acostumbrado.

Esas situaciones cotidianas nos enseñan que no por ponerse de los nervios o por soltar una retahíla de malas palabras vamos a cambiar el asunto que sea.

En realidad, son momentos ideales para ejercitar esa capacidad que tanto nos ayudará en otros menesteres: la paciencia.

¿Y cómo acudir a ella? Bien. Si la impaciencia es producto de pensar únicamente en uno mismo y sus preferencias, la paciencia la encontramos girando hacia la empatía (suponiendo que la situación tenga que ver con otros seres humanos).

Claro. Yo no soy el centro del universo. Probablemente, haya razones sensatas por las que la situación no avanza rápidamente:

  • Quizás el atasco se deba a un accidente de tráfico. Yo preocupada por lo mío, cuando puede haber personas heridas más adelante…
  • Quizás la cajera del supermercado es nueva o se siente mal. ¿Quién no tiene derecho a tener un mal día?
  • Quizás el camarero llevaba trabajando doble turno y demasiado que hacía con tenerse en pie…

Sí, las explicaciones también podrían ser otras. Lo que es menos probable es que todos ellos tuvieran la intención expresa de arruinarme el día.

Es lo mismo que cuando yo meto la pata o tardo un poco más de tiempo en encontrar el ticket del aparcamiento para que me lo sellen en la caja del supermercado. Al lado hay una señora que me mira con desesperación…

Y no. No tengo la intención de hacer que se enfade nadie o se retrase cuando me equivoco. Pero, como soy humana, ocurre de tanto en tanto.

Ése es el tema. No vale la pena estresarse por tener que esperar un poquito. A la salud no le hace bien. Tampoco sirve para cultivar buenas relaciones con los demás, ni para aprender a mantener la calma en situaciones complicadas que demandan paciencia.

Cada día nos brinda oportunidades para ser más tolerantes, empáticos y razonables. ¿Aprovechamos las de hoy?


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