Revisas unas fotografías de años anteriores y notas cómo has cambiado. ¿No te ocurre algo parecido cuando relees palabras que escribiste hace tiempo?
Con la fotografía ves cómo has cambiado por fuera. Con las palabras, te sorprendes de cómo has cambiado por dentro.
Sí, a veces es una sorpresa.
¿Has encontrado alguna vez un viejo diario? ¿No te has sentado para leer con calma lo que escribió ese “tú” de años pretéritos?
Si te has quedado con la boca abierta mirando tu pelo en una foto de los años 80 (cosa desastrosa), habrás hecho un gesto similar releyendo viejos apuntes, cartas, diarios o comentarios escritos por ti.
Gracias a esos símbolos abstractos, recuerdas cómo te sentías, qué te gustaba, qué era lo más importante para ti… Vuelves atrás en el tiempo y conectas con la persona que escribió esas letras. Por mucho que hayas cambiado, sigues siendo tú.
Las palabras fotografían tu cambio interior
Por eso es tan útil escribir cuando estás atravesando una fase complicada o cuando persigues un objetivo.
Con la escritura clarificas y ordenas tus pensamientos, te desahogas, encuentras soluciones y, además, visualizas tu transformación.
Imagina que estás esforzándote durante meses para lograr un objetivo y un día te levantas desmotivado y con la sensación de que apenas has avanzado desde que empezaste.
Pero, cuando relees lo que has escrito cada día sobre ese tema, reconectas con tus motivos, con las ganas que le pusiste a cada paso y te das cuenta de lo que has avanzado, desde el día uno hasta aquí.
La tecnología actual hace que sea muy sencillo tomar fotos y vídeos. Maravillosos recursos, desde luego. Pero, para tomar esas instantáneas “del interior”, ¿qué tal si escribimos un poquito?
Cuesta más que hacer “click”, pero la foto que nos queda al escribir es… ¡unica! (además de útil, en muchos casos).