Muchos nos hemos desbordado hasta el punto de desear perdernos en algún lugar remoto, alejado de la civilización y sus presiones, al menos por un buen tiempo.
Tal vez, una isla desierta. Un lugar a salvo de la tecnología, de las facturas, de las interrupciones, de las tareas repetitivas, de la gente problemática… y de tantas cosas que toca atender en un día civilizado cualquiera.
¿Seríamos más felices? ¿Desaparecerían los problemas?
Pensándolo un poco, parece obvio que no desaparecerían. Simplemente, cambiaríamos unos por otros. Tan sólo el de procurar alimentarse a diario tendría su chiste.
Otros problemas, por mucho que queramos dejarlos en una caja y partir sin ellos, se vendrían con nosotros.
Entre ellos, los miedos y las preocupaciones, que nos siguen allá donde vayamos.
(Como, afortunadamente, también lo hacen nuestros amores y esperanzas.)
Las dos opciones
Alguna vez, quién no ha sentido el deseo de salir corriendo sin mirar atrás. O el de desaparecer por un tiempo. O el de apearse del tren y dejar que siga sin uno…
Ése puede ser el deseo de quien lleva largo tiempo tirando de una carga pesada, resistiendo a pesar del cansancio y aguantando lo que no le gusta.
Y, como lo de huir a una isla desierta no es viable, después de fantasear con la huida, decide resignarse y seguir resistiendo como sea. Es una opción.
Pero tiene otra: Darse a la misión de hacerse la vida más fácil. Por ejemplo, podría recortar compromisos, actividades o relaciones que contribuyen a que esté así de saturado.
Con que invirtiera más tiempo en lo esencial y se lo quitara a lo accesorio, aligeraría su carga.
O, tal vez, no tendría que eliminar nada, si no quiere. Podría aprovechar el momento para tomarse unas vacaciones y volver con bríos y nuevas ideas.
Si es el caso, podría zanjar de una vez por todas el asunto que le está consumiendo las fuerzas. O rehacer sus planes.
Y, si no le parece nada de lo anterior, podría ser suficiente con revisar sus expectativas; las que tiene sobre sí mismo y las que tiene sobre los demás. ¿Qué espera de todos ellos?
Bastaría con que aceptara las torpezas y debilidades humanas (las suyas y las de otros), para que se relajara y eso le permitiera reconocer y valorar también lo positivo de sí mismo y de los otros.
(Aunque hay que reconocer que lo de cambiar las expectativas conlleva un poco de práctica.)
En resumen, las dos opciones son:
- (1) Aguantar como sea, hasta que vuelvan las ganas de dejarlo todo y volar a una isla desierta.
- (2) Hacerse cargo de la situación y cambiar una pequeña cosa, aunque se trate “sólo” del modo de mirar la realidad.
Incluso cuando el agobio hace estragos, tenemos opciones. Es bueno que lo recordemos, ¿no crees?
Javi dice
Qué gran hallazgo tu blog! Gracias ; )
Casandra - TBM dice
Gracias a ti, Javi. A ver hasta dónde llegamos… 😉