Hay errores que preferimos cometer en la intimidad que frente a un público que es testigo del clamoroso resbalón. Pero eso no nos libra de cometerlos. Alguna vez todos pasamos por momentos embarazosos de éstos.
Mucha gente, con el tiempo y a fuerza de verse en estas situaciones incómodas, va aprendiendo a sobrellevarlas mejor. Tanto, que son capaces de bromear sobre esa metedura de pata poco después de producirse.
Algunos de nosotros somos más lentos aprendiendo a quitarles importancia a este tipo de errores. Nos reímos de ellos ya que están lejos. El momento en que se producen sigue siendo incomodísimo.
Para nosotros, los más cortados, van estas sugerencias. A ver si así nos cunde más este aprendizaje.
Mantén la calma
Es natural que, llegado el momento embarazoso, te entren los nervios y quieras salir lo antes posible del aprieto. Esto puede empeorarlo. Muchas veces, te parece que has hecho el ridículo y nadie ha notado el error salvo tú mismo.
Haz lo contrario de lo que te pide el cuerpo: Respira con calma y observa, a ver cuál es la reacción de la otra parte.
Acepta el resbalón y rectifica
Ya que estás seguro de que has dicho o hecho algo inapropiado, asúmelo con humildad y elegancia. No le eches la culpa a otros o a lo primero que se te ocurra.
Discúlpate sobre eso que has hecho mal, si procede. Hay momentos incómodos, como un resbalón literal en plena calle, que sólo requieren que des las gracias a quien se haya interesado por tu integridad física.
Corrige el error, si se presta a ello. A veces no se puede rectificar, como cuando te confundes y saludas efusivamente en la calle a una persona que pasa de largo. (Éste, más que un error, fue un gesto alegre y amable hacia un desconocido. ¿A qué viene entonces el apuro?)
Déjalo atrás
Una vez “arreglado” el asunto, aprende de la experiencia y déjala atrás. Procura no sacarla de nuevo a colación para disculparte una vez más, porque esto puede ser más incómodo, tanto para ti como para los presentes.
Si recuerdas lo sucedido, hazlo con sentido del humor. Trata de encontrarle el lado divertido. A medida que vaya quedando atrás, te costará menos hacerlo.
Todos hemos pasado por momentos de apuro que se han convertido en anécdotas graciosas que contar. Y, seguramente, seguiremos pasando por momentos así. ¿Para qué tomárselos a la tremenda?
Procuremos no repetirlos. Pero, si caemos en algo parecido, ya hemos visto que suele más “grave” el mal rato que pasamos, que el resbalón en sí.