En los asuntos serios, ¿te gusta hacer planes?
¿Son dichos planes muy rígidos, con cada paso bien calculado, o dejas margen para la improvisación y los imprevistos?
Ni planificar en exceso ni pasar del plan
Planificar tiene grandes ventajas. Por ejemplo, éstas:
- Defines el camino a seguir, con lo que es menos probable que te pierdas.
- No te distraes con lo que sale al paso.
- Estás más preparado para ignorar las manipulaciones de los demás, porque tú tienes claro lo que vas a hacer.
Pero, cuando se planifica demasiado, surgen inconvenientes. ¿Y cuándo es “demasiado”?
- Cuando no ves más allá del plan que has trazado.
- Cuando te cierras a oportunidades interesantes.
- O cuando te pierdes el momento presente, por estar tan centrado en diseñar el futuro ideal.
Cuando planificas demasiado, la vida se vuelve más rígida y tu comportamiento, inflexible.
Planeas cada detalle para posarte en una falsa sensación de seguridad. Y cierras los ojos a cualquier circunstancia que pueda desviarte del camino.
Claro que el extremo opuesto tampoco es recomendable. Ser flexible es una ventaja. Ser demasiado flexible, no.
Cuando eres muy flexible, cambias de idea en cuanto llega una novedosa que la eclipsa; no terminas lo que empiezas y cualquier circunstancia puede influirte para que abandones el camino.
Por ejemplo, si yo voy a visitarte a tu casa y sigo el plan trazado rígidamente, nada me desviará. Llegaré seguro.
Si me encuentro un obstáculo en el camino, patalearé. Y ahí me quedo, hasta que se despeje y pueda seguir el viaje según lo previsto.
(Pobre. Vas a estar un ratazo esperando…)
Si soy muy flexible, por el camino me entretendré haciendo fotos o con la feria que me encuentre al paso. Quién sabe si llegaré o no a tu casa…
Por tanto, lo suyo sería tener un plan, ¿no?
Avanzar con el mapa en la mano y decidida a llegar a tu casa. Y, cuando me encuentre con el obstáculo, podría ser flexible y dar un pequeño rodeo para no quedarme allí tirada.
Cómo surge el vicio de planificarlo todo
Pensar cada paso. No salirse del camino, así se cierna la tempestad madre. Calcular. Prever. Tener en cuenta hasta el último detalle.
Todo lo anterior suena a eficiencia y virtud. Pero, cuando el hábito se hace extremo, más que virtud… es un vicio.
Lo que hay detrás de una planificación excesiva suele ser inseguridad. Planificas al milímetro porque te falta la convicción de que podrás sortear los obstáculos cuando surjan. No confías en ti lo suficiente y te procuras algo de seguridad y control así, planificando.
La persona que planifica en exceso no nació con esta costumbre. Ésta es de las que se adquieren en contacto con los demás. Detrás de ella encontramos miedo al fracaso, al rechazo, a las críticas, a las burlas…
Por tanto, vemos una virtud en el hábito de tenerlo todo calculado al milímetro, perfectamente planificado. Y, rascando un poquito la superficie, entendemos que hay miedo, inseguridad. Así es en muchos casos.
Dicho esto, seas muy rígido o muy flexible, nos encontramos en el punto medio. ¿Te parece?
Planificaremos para tener claro el rumbo. Pero estaremos abiertos a cambiar esos planes, si toca hacerlo. Cuando la vida nos sacuda con uno de sus desafíos, sí, le plantaremos cara y ya veremos cómo resolvemos la papeleta.
¡Allá vamos!
Imagen de photosteve101