Es un refrán esperanzador: «El que persevera, alcanza«. Pero esta entrada hace énfasis en la primera parte, en lo que va antes de la perseverancia.
Seamos claros: sin un buen plan, no hay perseverancia que valga.
Todo objetivo empieza con un plan
Conocemos historias de personas que, pese a las dificultades, siguieron adelante hasta lograr su objetivo. Ciertamente, la perseverancia puede ser decisiva para alcanzar el éxito.
En mi caso, soy una gran fan de la perseverancia; de continuar en el camino, a pesar de los obstáculos, de las opiniones de otros y de los fracasos. ¡Siempre hacia delante!
Reconocida está la perseverancia como una gran virtud. Bien.
Sin embargo, hay que manejarla con cuidado (como ocurre con otras cuestiones). Mal empleada, la perseverancia sirve de poco y, todavía peor, te aleja del éxito.

Puedes darte cabezazos contra un muro de hormigón. Seguir y persistir sin que nada cambie (aparte de tu pobre cabeza).
Puedes hacer las mismas cosas cada día, una y otra vez, sin desfallecer.
Hacerlas con la esperanza de obtener buenos resultados o, al menos, una muestra de mejora. Y quedarte todo perplejo cuando, tras un largo tiempo, constates que tu esfuerzo ha servido de muy poco.
Eso es perseverancia, sí. O, quizás, podamos llamarla terquedad o cabezonería, empleando términos menos virtuosos. Porque para que sirva la perseverancia hay que hacer algo antes: Planificar.
El que persevera, antes planea
Cualquiera que sea tu objetivo, necesitas informarte bien y planear cómo piensas alcanzarlo; trabajar duro (aquí es donde entra la perseverancia) e ir evaluando los resultados que vas obteniendo, para hacer ajustes en el plan.
Lo de los ajustes tiene sentido: Pruebas a romper el muro con tu cabeza. ¿No sale? Pruebas con un mazo. ¿Se te resiste? Empleas una potente maquinaria de derribo… ¡Y se acabó el muro!
El ejemplo es muy simplón, pero deja el tema claro. Sea cual sea tu plan y tu estrategia para conseguir la meta que sea, necesitas dejar de persistir con lo que ves que no funciona y probar otras alternativas.
Más claro se ve con el clásico ejemplo de perseverancia que mencionamos una vez: Edison, el inventor de la bombilla. Le costó miles de intentos hacer que funcionara el chisme.
Aunque, obviamente, no se limitó a repetir miles de veces exactamente el mismo procedimiento, sino que fue probando hasta que dio con la tecla.
¿Conclusiones?
Perseverar en nuestras metas vitales nos acerca cada día más a ellas. Pero hemos de situar esa persistencia en el marco de un plan flexible.
Si nos aseguramos de que una acción determinada no funciona, trae cuenta cambiarla por otra… ¡y seguir adelante!
Solo así podemos maximizar las probabilidades de que quien persevera, alcance.