Te atreves a decir que bailas bien. O que ligas mucho. O que nadas como un pez. O que, como las matemáticas te fascinan, le das arte a resolver problemas.
Lo sueltas así, inocentemente, como quien habla de cualquier cosa. Y, tal vez sin percatarte, despiertas al monstruo verde que muchos llevamos dentro.
¿Cómo te atreves a decir cumplidos a tu favor? ¡Qué creído!
En nuestra cultura está mal vista esa práctica. Incluso tenemos un refrán para desacreditar las hazañas y virtudes que uno se achaca a sí mismo: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces.”
Improvisemos una escena, para hacer ameno el asunto.
Como la mayoría de personas, yo necesito atención positiva; que me escuchen, que me valoren, que me reconozcan… Ya que está feo que yo hable bien de mí, necesito que otro lo haga.
Qué pena que no se fijen en mis puntos fuertes tanto como a mí me gustaría… Quisiera más reconocimiento para mis méritos y virtudes.
En eso que llegas tú, saltándote la norma, tan campante, y te atreves a decir algo bueno… ¿sobre ti mismo? ¡Qué osadía!
Aunque sea muy cierto lo que acabas de decir, a mí me sienta como una patada que tú no necesites abuela que te recuerde lo guapo y talentoso que eres.
Está mal, porque yo dependo de los demás (que no me hacen el caso que quiero) y tú no dependes de nadie en este particular. Por ponerle nombre, lo que siento es frustración, envidia, resentimiento (u otro del estilo).
Está mal que digas que eres guapo (aunque no tengas gran mérito en ello), que tienes un perro bonito (aunque la virtud sea más del perro que tuya) o que cocinas maravillosamente (que aquí sí tienes un meritazo).
Si te escucha una insegura frustrada, como yo, se va a molestar. Y la gracia es que, en lugar de pensar que tengo envidia (no, no… qué cosa tan maligna), pensaré que TÚ eres un creído. Por eso estoy molesta. Por TU culpa.
Tal vez, eso sea razón más que suficiente para desconfiar de ti, para ponerte verde o emprender otra acción negativa en tu contra.
Ya te habrás dado cuenta de que la peor consecuencia de hablar bien sobre uno mismo suele ser lo mal que se lo toman algunas personas. Las más inseguras, sobre todo.
De ahí que sea prudente no hablar bien de ti mismo en público, ante personas que no sabes cómo lo van a encajar.
Pero sí es conveniente (y mucho) que te recuerdes a ti mismo esas cosas buenas; que no dependas de que alguien te diga que eres un hacha en matemáticas. ¡Caramba! ¡Si lo estás viendo! Tu opinión también es importante.
Lo mismo que eres testigo de primera fila de cada uno de tus errores y carencias, también lo eres de tus méritos y virtudes. Quizás, los demás no los vean o los aprecien, pero tú sí.
Y, para alegrarte y celebrar lo bueno que tienes, no necesitas pedir permiso. No te cortes. Cántate tus verdades, las buenas y las malas.
Eso sí, cuando te cantes las verdades buenas, por precaución, hazlo en privado o en compañía de personas que sepas que van a apreciarlas contigo.
Gracias por reflexionar conmigo acerca de esta realidad cultural. ¿Alguna vez te habías preguntado PORQUÉ es “malo” hablar bien de uno mismo?
Imagen de Viewminder