A menudo pensamos que la procrastinación sólo tiene que ver con esas tareas trabajosas que dejamos pendientes. Son difíciles, pesadas o incómodas.
Pero, ¿has pensado en lo fácil que es procrastinar en las cosas más sencillas? Son tan simples, que muchas veces las dejamos para mañana.
Tiene sentido que hoy te saltes el estudio, un trabajo o el rato de ejercicio, porque se presenta la posibilidad de realizar una actividad más placentera. Quién no lo ha hecho alguna vez…
Y también lo tiene que dejes de realizar acciones que te parecen insignificantes. Son tan poca cosa, que es muy fácil saltárselas.
Tienes la posibilidad de darle las gracias por el favor a un amigo y se te pasa. Ya lo harás más tarde.
Más tarde le darás un beso a tu pareja. Total, no va a irse de casa de aquí a mañana.
Tienes el impulso de llamar a tu madre y piensas: “El fin de semana lo hago.”
Quieres dedicarle una sonrisa al viejecito con el que coincides todas las mañanas y… “¡Uy! Mañana cuando lo vea, lo saludo.”
Son cositas muy pequeñas. Tonterías, si quieres. Quizás no se note nada si hoy te las saltas.
Efectivamente, las consecuencias de postergar una acción tan pequeñita no se notarán en unas horas. Cuando sí se notan es más tarde. En los ejemplos apuntados, quizás la consecuencia sea una mejora significativa en tus relaciones personales.
Esas pequeñas cosas que haces regularmente producen un beneficio, que quizás no ves hoy, pero sí lo notarás a largo plazo.
La vida misma está compuesta por una suma de cosas pequeñitas, insignificantes; la componen instantes, acciones, gestos intrascendentes. Son nimiedades cuando se contemplan aislados del conjunto.
Pero, cuando pones todas esas cositas juntas, una detrás de otra, el resultado es gigantesco.
Moraleja del día: No nos saltemos esa cosita simple, tan sencilla. Hagámosla hoy. Sumemos el día de mañana… Seguro que veremos un cambio a mejor.
Lo pequeño hace la diferencia.