Esto vale para tareas incómodas o que no sabes muy bien cómo abordar, así como para proyectos más grandes, que te amedrentan: Empieza con ellos… ¡ya!
Ahí están, esperándote, porque tú lo has decidido así. Si aún no estás metido en faena es por inseguridad o por el fastidio que presientes que vas a sentir en ese rato.
Acepta que estás preocupado, dubitativo o desganado. Bueno, podrías intentar convencerte a ti mismo de que estás deseando de empezar a trabajar. Pero eso no es imprescindible para dar un primer paso; para invertir el primer esfuerzo en la tarea que te espera.
Los primeros compases de la acción bien orientada influyen en tus emociones. Y, mientras sigas moviéndote hacia delante, las dudas y la desgana es probable que vayan quedándose atrás.
Quién sabe. Puede que te sientas motivado a medida que avanzas.
Puede que crezca tu confianza conforme vayas dando pasos en la dirección correcta. Si otras veces te ha pasado, ¿por qué no ésta?
La motivación y las buenas sensaciones no tienen porqué estar siempre al inicio. Las puedes encontrar en medio o al final de tu trabajo.
¿Y si no las encuentras? ¿Y si las dudas y la incomodidad crecen? Es más probable que eso pase si demoras el paso que has decidido dar.
Porque, en el peor de los supuestos, que sería realizar un avance pequeñísimo, ya habrías avanzado algo. Además, podrías alegrarte por tener las agallas de empezar lo tuyo con las emociones en contra.
Con la demora sólo consigues que crezcan las dudas, las preocupaciones y el fastidio de seguir pensando en lo que “debes” hacer, pese a tus pocas ganas.
Podrías regalarte la posibilidad de sentirte un poco mejor. Ahora mismo. Ya. Ponte en marcha… y a ver qué pasa.