Progresar no es cómodo. Y tú lo sabes.

A buen seguro recuerdas un buen número de situaciones en las que te atreviste con lo que menos te apetecía en ese momento. Y, además de sobrevivirlas, te alegraste por el esfuerzo que hiciste.

Yo recuerdo muchas de éstas. Como cuando me examiné para el carnet de conducir. Como la vez en la que me atreví a viajar sola al otro extremo del planeta. O como la primera vez que escribí en Internet.

No te abrumaré con todas las experiencias que me han puesto el corazón en un puño. Ya sabes lo que se siente. Fueron situaciones incómodas y, para colmo, tal vez no teníamos entonces muchas pistas para no desbordarnos con el estrés.

¡Qué horror! Tierra, trágame.

Es lo que implica salirse de la zona de confort. Igual que cuando empiezas con un hábito nuevo y todo tu ser grita: ¡Nooooo…!

(Porque quiere que le des lo que le gusta, que es lo mismo de siempre.)

Aceptémoslo. La realidad es ésa: En algún momento, vamos a sentirnos incómodos.

Si queremos vivir nuevas experiencias, construir, crear o llegar a las metas que nos hemos propuesto, habremos de tolerar incomodidades.

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¿Qué incomodidades estás dispuesto a tolerar tú?

Unas cuantas, imagino. Como has hecho otras veces, aceptarás esas emociones incómodas y darás el paso adelante. Si ya has pasado por eso, te consta que la incomodidad no te impide avanzar.

Al contrario, precisamente es la incomodidad lo que indica que estás progresando, saliendo de tus límites.

Lo mejor es que el mal rato se pasa. Pasan el temor, la ansiedad, el frío… La incomodidad es corta, comparada con la alegría de haber vencido sobre la misma. Ésta es más duradera.

Y tanto. Hay incomodidades que duran unos minutos, dando paso a alegrías que se prolongan toda la vida. Qué contento estás de haber pasado por ellas… 😉

Imagen de Pensiero

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