Quiénes son tus enemigos y QUÉ hacer con ellos

Tú también los tienes, como todo el mundo. Es un fastidio hacerlos protagonistas, pero en esta entrada toca: Quiénes son tus enemigos y qué hacer con ellos.

A ver si sirve de algo el rato poco agradable que vamos a pasar pensando en quien se opone a tus intereses y a que seas feliz. Porque justo esa es la figura del enemigo. Empieza el disgusto.

Quién o quiénes son tus enemigos

Lo hemos dicho. Enemigo es quien se opone a tus intereses, bien porque colisiona con los suyos o porque tiene algo personal en tu contra. Te aborrece.

(Te dejo un vídeo de 2 minutos hablando de quiénes son los enemigos, por si prefieres esta versión.)

El enemigo desea tu mal, en contraposición al amigo, que es quien se siente bien cuando tú estás bien.

Puede que no todos tengamos amigos. Pero enemigos, sí. De esos siempre tenemos.

¿Por qué lo digo?

Porque, para ser amigo de alguien, necesitas construir la relación (desde el respeto y la confianza), compartir intereses o aficiones… En definitiva, trabajártelo. La amistad es muy bonita, pero es una relación que hay que cuidar. Si no la cuidas, puedes perderla.

Con los enemigos es más fácil. No tienes que hacer nada para tenerlos.

A veces una persona la toma contigo y le caes fatal sin comerlo ni beberlo. Se entera de que eres de un equipo de fútbol distinto al suyo y ya te tiene mala voluntad.

Otras veces, en la lucha por su propio interés, te encuentra a ti en medio… Y te lleva por delante o te aplasta, según le venga. Tienes algo que quiere. O te ve como una amenaza que lo separa de su objetivo.

Una amenaza real. O una amenaza que solo está en su cabeza.

Las posibilidades son muchas. Pero tampoco se requiere esfuerzo por tu parte. Un día te levantas y ves el destrozo que te ha hecho, el muy simpático. Y puede que entonces mismo te enteres de que era tu enemigo.

El enemigo te estropea la vida. Con su lucha quiere arrebatarte la paz o cualquier cosa que considere que está mejor en sus manos. O incluso aunque no gane nada con ello… El enemigo quiere tu infelicidad.

Mira la cara del enemigo

¿Has identificado ya unos cuantos enemigos?

El enemigo siempre está cerca. O, si no, se acerca en el momento de estudiarte o en el de hacer daño.

Cuanto más cerca esté, más puede herirte. Pero, también, más fácilmente puedes neutralizarlo o derrotarlo tú.

Ten más miedo a no verle la cara que a identificarlo, al fin. Míralo. Es probable que no tengas que ir lejos a hacer la maniobra.

Hay enemigos que van de frente, sí. Pero hay otros discretos. En mi caso, los peores son los que no dan la cara.

Los hay ocultos. Te disparan con palabras dulces que te confunden. O están en las sobras, tejiendo su tela para que caigas en ella. O son monstruos que, cada noche, te desangran un poco sin que te des cuenta.

Hay enemigos que se visten de benefactores o de personas con quienes se supone que estás a salvo.

Tú mismo, que, por tu propia supervivencia, deberías ser tu aliado incondicional, puedes ser el mayor de tus enemigos. Tú, con tus miedos, con tus prejuicios, con actitudes que no te sirven para avanzar.

Y también puede haber enemigos sin rostro: una enfermedad, por ejemplo. Son circunstancias que salen al paso y que, aunque carezcan de voluntad, te separan de tu bienestar.

enemigo

¿Qué vas a hacer con tus enemigos?

¿Perdonarlos si te hacen daño? ¿Hacer como que no existen, a ver cuándo les da por irse?

Esas no son mis posturas preferidas. A mí no me han servido.

A mi edad, estoy estudiando estrategias para conducirme con los enemigos. Y, por lo pronto, confío en estas cosas:

1. Identifica a tus enemigos.

Míralos y llámalos por su nombre: enemigos. Así tengas que mirarte al espejo y admitir que tú eres uno de ellos.

Necesitas saber quiénes son para estudiarlos. Para saber qué hacen allí, qué quieren, qué pretenden, cuáles son sus puntos fuertes… y sus puntos débiles.

Porque, sí, una vez que los identificas, tienes bastante que estudiar.

2. Estudia la situación.

La finalidad es derrotar al enemigo.

O, como poco, neutralizarlo. Si el enemigo eres tú, no vas a fulminarte. Pero sí puedes hacer eso con la actitud o con el hábito que te esté perjudicando, si fuera el caso.

3. Elabora tu estrategia.

Y que sea racional. Guárdate lo que sientes hacia tu enemigo. No le digas lo mucho que lo odias. O que vas a hacer que se arrepienta de lo que sea. Si sientes ira, úsala de fuerza motivadora.

Las palabras pueden salirte caras. Actúa.

Tu estrategia puede ser la de Franklin, que sabía cómo transformar los enemigos en aliados pidiéndoles un favor o consejo. O puede ser otra.

Personalmente, para mí es incómodo reformular así la relación con un enemigo (que me revuelve el estómago). Pero ahí está Franklin, que se movía en altas esferas diplomáticas, mientras yo me las veo con sanguijuelas de pantano. Su ejemplo es más útil que el mío.

Puedes hacerte el tonto, para que el enemigo crea que tiene el control y no vea la necesidad de continuar con sus ataques. Y, desde esa posición, prepararte para hacer tu entrada triunfal por la puerta grande. O para asestarle el golpe neutralizador definitivo en cuanto tengas la oportunidad.

Aunque, si no lo haces, descuida, que a tu enemigo también le llegará la hora de pasarlo mal. Si es una persona de carne y hueso, y tú decides no proceder en su contra, la vida misma lo hará por ti tarde o temprano.

4. Fortalece tus buenas relaciones.

Fortalece las relaciones con tus amigos y con tus aliados. O amplía tus contactos, si tu red es raquítica. Hazlo por tu bienestar… Y por el pique con los enemigos, ya que estamos puestos.

La clave del éxito en la vida son las buenas relaciones. Entendiendo por “buenas”: sanas, constructivas, estratégicas, oportunas… Cualquier cosa que sume para ellos y para ti.

Todos necesitamos aliados. Y, a poder ser, amigos. Los enemigos llegan sin buscarlos. Y no siempre tienes la fuerza para vencerlos solo.

Ojalá que algo de lo anterior te sirva. Confío en ampliarlo con lo nuevo que estoy aprendiendo. 😉

¡Brindo por tu victoria! Gracias por leer.


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