Es más fácil relajar la mente cuando tu cuerpo está quieto, calmado y te estás centrando en la experiencia de la relajación.
Lo bueno que tiene esta práctica es que, si aprendes a relajarte, puedes recrear esas sensaciones de paz y tranquilidad cuando a ti te convenga. Y uno de los momentos indicados para hacerlo, tal vez, es cuando estás más ocupado.
No, no estoy bromeando. Piensa en cuántas veces es la misma tensión, la ansiedad, el estrés (o el nombre que tú le pongas) lo que te impide vencer la resistencia y ponerte con lo que has decidido hacer.
La tarea va ligada a sensaciones incómodas y eso hace más probable que la dejes para más tarde.
En cambio, cuando estás relajado, esas emociones desagradables pierden fuelle; cosa que hace que te sea más fácil vencer la resistencia y, por ende, ponerte antes manos a la obra.
Y, una vez que estás trabajando, también es útil permanecer relajado. Respiras. Haces a un lado todo lo demás. Y decides que tu mente esté ocupada sólo por los pensamientos que tienen que ver con lo que haces en ese momento.
Ahí estás; trabajando, esforzándote. Tu mente, activa y en calma, a la vez. ¿Te suena raro?
A veces, la relajación tiene poco que ver con lo que haces. Puedes estar quieto, sin mover un músculo, mientras un ciclón de preocupaciones o lamentos hace estragos en tu interior. Lo mismo que puedes estar activo (en el trabajo, en este caso) y sereno.
Además, si estás en un trabajo donde necesitas generar ideas, tienes una ventaja añadida: Es más probable que éstas fluyan cuando la mente está en calma.
Por todo lo anterior, la relajación parece una buena compañera, especialmente cuando se acumulan las tareas. Optar por ella puede ser muy productivo. Quizás, no en todos los trabajos, pero sí en bastantes.