Las expectativas son un arma de doble filo que has de saber manejar a tu conveniencia.
Unas veces son el empuje que te ayuda avanzar. Otras, el camino más directo hacia la decepción personal.
¿Cómo tener expectativas y usarlas en tu beneficio? Aquí tienes una propuesta.
Prepárate para lo peor y espera lo mejor
Cuando inicias un objetivo, del tipo que sea, o cuando comienza un episodio nuevo en tu vida, ¿te sirve más tener expectativas optimistas o pesimistas?
Hay ventajas en ambas. Tiene ventajas esperar lo mejor. Las tiene esperar lo peor y respirar feliz o aliviado, cuando ves que sales airoso. E incluso las tiene prescindir de las expectativas.
Bueno, la opción de prescindir de las expectativas es poco “humana”, si tenemos en cuenta de que a tu cerebro no le gusta la incertidumbre. Siempre trata de completar una historia que empieza.
Además, especialmente en el caso de los objetivos, uno suele planteárselos para conseguir un resultado positivo. Es lo más frecuente, ¿no?
Muchos invertimos tiempo y esfuerzo en relaciones, negocios o proyectos de diversos tipos con vistas a estar mejor. Si vamos a estar peor, ¿para qué hacer la inversión?
Va a tener razón Seligman: todos somos optimistas por naturaleza. El optimismo genera esperanza. De ahí, nos ponemos metas. Y de ellas sale el entusiasmo que nos impulsa a lograrlas.
La ventaja del optimismo: Esperar lo mejor
Cuando tienes unas expectativas positivas, tu cerebro busca la manera de llegar a esa imagen que ha construido.
Te dices: Esta Navidad voy a perder dos kilos. (No, no es mi caso. Es un ejemplillo.)
Tu cerebro parte de esa feliz resolución para completar la historia. Buscará qué puede pasar o qué puedes hacer tú para conectarlo con esa expectativa.
Es distinto cuando te dices: Intentaré perder dos kilos. Pero, ¿en Navidad? No lo veo posible…
En este caso, tu cerebro también querrá darte la razón. Va a estar más pendiente de los turrones que van a separarte de tu propósito y de tu debilidad ante ellos.
Eso es lo que suele pasar cuando uno se embarca en objetivos o inicia un pasaje nuevo, donde no tiene garantías de que el desenlace sea favorable o no.
La única garantía, si el cambio o el objetivo es exigente, es que obstáculos va a haber. Seguro.
Si no los tienes en cuenta y no preparas cómo vas a actuar cuando estés delante de una bandeja de turrones irresistibles, tu feliz resolución puede irse a la porra.
La ventaja del pesimismo: Prepararse para lo peor
Los estoicos ya lo practicaban. Ellos tenían en cuenta el peor escenario posible y, desde ahí, hacían planes para superar cualquier obstáculo o revés.
Además, al ser gente muy racional, se atrevían con eso tan difícil de prescindir de las expectativas y centrarse solo en el momento presente. Pasara lo que pasara, bueno o malo, lo encajarían con ecuanimidad.
(Esto es para nota. A mí, siendo muy fan del estoicismo, me sale regular. Pero procuro mejorar.)
Esas dos son las mayores ventajas del pesimismo, o séase, de tener expectativas negativas:
- Haces buenos planes teniendo en cuenta “lo peor”.
- Si se produce un mal resultado, no te llevas un palo. Ya lo veías venir.
¿Qué es lo que más te conviene, entonces?
Eso lo tienes que decidir tú. Faltaría más.
Voy a dejarte una propuesta aquí. Pero ten en cuenta mis prejuicios: siento simpatía por el optimismo realista. Por eso practico (o lo intento) dándole la vuelta al viejo dicho:
Espera lo mejor y prepárate para lo peor.
Hagámoslo al revés.
Primero, prepárate para lo peor.
Piensa en los posibles obstáculos y acepta la posibilidad de encontrarte con ellos.
Imagina, si quieres, un montón de deliciosas viandas navideñas persiguiéndote mientras estás a dieta… Y tú, ahí, sin poder resistirte.
Considera los inconvenientes, los pequeños deslices, los momentos difíciles. Planea e invéntate la manera de afrontarlos.
Creo que no vas a poder imaginar todos los obstáculos, porque la realidad siempre sorprende. En todo momento hay algo que puede salir mal, si le hacemos caso a Murphy.
Pero, bueno. Un plan donde tengas en cuenta lo más peliagudo que se te ocurra, es un buen plan.
¿Y después? Hazlo a un lado y espera lo mejor.
Si lo peor pasa, vas a tener recursos para afrontarlos. Ahí están: en tu plan inicial para posibles incidencias, pifias y fracasos.
Pero, amigo… el éxito también hay que planearlo. No solo los obstáculos.
Deja reposar tu plan pesimista y concéntrate en lo que sí quieres que ocurra: tu plan optimista.
Hazle sitio a la esperanza. Permítete abrazar lo que quieres con tu imaginación. Y tradúcelo a objetivos, sub-objetivos y pasos cotidianos que vas a dar en dirección hacia ellos.
¿Cómo vas a hacerlo? Eso es lo que merece más atención, porque es lo que te va a dar los resultados que quieres. Concentra ahí tu creatividad.
Si coincides conmigo en esta filosofía, también vamos a coincidir en su práctica.
Nos prepararemos para lo j0dido. Pero también nos vamos a preparar para lo que queremos que pase. ¡Y vamos a actuar en esa línea!
Gracias por leer.
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