Desde que iniciamos el día poniendo los pies fuera de la cama hasta que llega el momento de dormir de nuevo, centenares de pequeños y grandes sucesos tendrán lugar alrededor.
Algunos incluso tendrán lugar en nuestro propio organismo, sin que trasciendan al exterior.
Sin embargo, no todos ellos gozarán de la misma atención por nuestra parte. Les haremos más caso a unos estímulos que a otros. En esencia, eso es la atención selectiva.
De la atención selectiva se han ocupado con mucho interés áreas como la psicopedagogía, ya que saber controlar la atención redunda en el aprovechamiento de los aprendizajes.
Aunque la realidad es que la atención selectiva no sirve únicamente para aprender más y mejor.
Atención selectiva en las experiencias cotidianas
Manejar la atención a nuestra conveniencia puede aumentar las experiencias positivas que vivimos cada día y disminuir las menos deseables.
Una misma situación será analizada de manera distinta, dependiendo de qué aspectos gocen de mayor atención por nuestra parte.
Al hacer más caso a «lo positivo», no estamos negándonos a ver los inconvenientes o estamos sesgando parte de la realidad.
Únicamente le damos más fuerza a lo que nos es útil y ponemos en un segundo plano aquello a lo que no le vamos a extraer ningún beneficio.
Ejemplos de experiencias que podrían quedar en segundo plano pueden ser: pensamientos negativos, críticas destructivas, errores personales o ajenos, desplantes, noticias indignantes, etc.
Merecen toda nuestra atención si es que podemos hacer algo al respecto.
De lo contrario, es más conveniente centrarse en lo positivo y en aquello en lo que podemos intervenir de alguna manera.
Pensemos que el tiempo que le dedicamos a uno de esos asuntos poco provechosos lo podemos destinar a otros que nos alegren el día. Es cuestión de práctica, simplemente.