Al final de este día, muchos de nosotros vamos a sentir cansancio. A mí me gustaría sentirlo por las cosas que he hecho. Y celebrar que ese cansancio es el resultado de un esfuerzo productivo.
Cuando cumplimos con nuestras misiones cotidianas, terminamos bajitos de energía. Pero ese cansancio se mitiga fácilmente. Unas actividades relajantes o divertidas intercaladas durante el día, o unas cuantas horas de sueño bastan para recuperar fuerzas.
Claro que hay otro tipo de cansancio, muy diferente. El que se experimenta cuando pasamos el día sin hacer nada o dispersos entre las distracciones que van surgiendo. Ése no se alivia con descanso.
Ese cansancio (o hastío) por no hacer nada desaparece con todo lo contrario: acción, bien enfocada en aquello en lo que uno quiere progresar.
Lo que nos llevará, irónicamente, a estar cansados otra vez. Pero esta vez sintiéndonos mejor con nosotros mismos y con la posibilidad de sacudirnos el cansancio con unas cuantas horitas de relax.
Digo yo que, ya que vamos a experimentar cansancio, es preferible que sea del “bueno”; ése que indica que hemos hecho algo provechoso con el tiempo.
No quiere decir que nos partamos el lomo trabajando desde el amanecer hasta la noche. También cansa salir, jugar o correr. Pero este cansancio, a mi parecer, es más reconfortante que el de pasar toda la tarde tirado en el sofá frente a la tele.
Hasta en cuestión de cansancio podemos elegir. ¿Qué cansancio prefieres tú?