Partamos de una situación familiar para muchos de nosotros:
Quieres sacar un bloque de tiempo diario para realizar una actividad (estudiar, salir con los amigos o la pareja, hacer ejercicio, practicar tu hobby… o lo que fuera).
¿De dónde sacas ese tiempo?
En teoría, este problema es sencillo de resolver. Basta con hacer dos cosas:
(1) Seleccionar bien las tareas que realizas a diario. Eliminas todas aquellas que no sean muy importantes y te quedas sólo las esenciales. En una palabra, simplificar. Ése es el secreto de la productividad.
(2) Hacer las tareas elegidas de la manera más eficiente posible. Dependiendo de las que hayas elegido y de tus preferencias, pruebas distintas opciones hasta que descubres lo que te funciona para hacer lo mismo en menos tiempo que antes.
¡Bingo! Ya tienes ese ratito libre para dedicárselo a lo que tenías pensado… ¿O no?
Ojalá esto fuera así de sencillo. Ya habrás visto que, en la práctica, lo anterior no siempre funciona.
Las tareas se expanden inexorablemente
Supongo que tú también lo has vivido: Seleccionas lo que vas a hacer ese día y terminas con tus compromisos para tener ese hueco libre que quieres.
Y, ya que vas a terminar con ellos, surgen otras tareas (importantes) que necesitas dejar hechas. Tareas que “se comen” un trozo del tiempo que habías reservado, si no es que se lo comen entero.
Técnicamente, has progresado: Has hecho más cosas en menos tiempo y, con suerte, te sobran unos minutos.
¿Te sobran?
Deja que te vea alguien un poquito más relajado (el jefe, un cliente, un compañero…) y verás que es probable que te haga un encargo “importante”. O, si no lo hace otro, quizás lo hagas tú mismo:
Como he acabado antes, voy a terminar también esta cosita… Y ésta otra. ¡Ay! No me acordaba de que además tenía que hacer aquello…
Dado que las tareas se expanden sin piedad, no es raro que el hueco que pretendías hacer en tu horario desaparezca. ¡Qué frustración! ¡Y qué estrés!
Ahora haces más cosas que antes… y a toda mecha, exprimiéndote como a un limón. ¿Qué es lo que has ganado con ser tan productivo?
¡No! ¡No! ¡No!
La solución al tema del hueco, por tanto, no es tanto saber administrar bien el tiempo. Esto, como hemos comentado arriba, es supuestamente sencillo.
Puede ser que te toque darle martillazos al horario y resolver el enigma de cómo encajar en él la vida familiar y social y, quizás, en tu caso te cueste mucho colocar las piezas.
Aun así, el más difícil todavía no es ése, sino manejar las emociones para poder decir ¡NO!
- No. A esa tarea que se queda colgada.
- No. A trabajar unos minutos más para adelantar trabajo.
- No. A atender la llamada de alguien que llama justo cuando terminas la faena.
- No. A mirar el correo u otras notificaciones, por si hay un mensaje “importante”.
- No. A peticiones varias que no respondan a motivos de fuerza mayor.
Vale. Es una exageración. Más que decir NO siempre, a todo y a todos (incluido tú mismo), la idea es decir NO más veces, para poder sacar ese hueco que necesitas.
Tiene su complicación y requiere de práctica. Sobre todo, decirte NO a ti mismo poniéndoles un límite a tus propias exigencias y expectativas.
Si te pasa como a mí, muchas veces sentirás la tentación de llenar cada minuto con algo productivo. En mi caso, aunque hago mis progresos, sigue siendo difícil.
Es difícil frenar a la hora que te fijas, perdonarte por los flecos pendientes, dejar que el mundo siga su curso por un rato y dedicar esa hora libre a salir, jugar, convivir, estudiar… o lo importante que quieras hacer en ese rato.
En fin, sigamos practicando. Con el tiempo nos saldrá mejor. 😉