¿Qué haces en esos días en los que crece el ruido en tu cabeza? Tu mente es un hervidero de pensamientos que claman por tu atención. Muchos de ellos son poco útiles, pero ahí están revueltos con los demás.
Tu misión es poner un poco de paz y orden, para que el estrés y la confusión no sigan aumentando. ¿Cómo lo logras?
Hay técnicas que ayudan, especialmente cuando llevas un tiempo practicándolas. Describamos tres de ellas.
1. Limpieza de pensamientos “basura”
Quitas las malas hierbas para que no arruinen el crecimiento de las otras plantas. Te deshaces de objetos rotos o inservibles para ganar espacio en casa. ¿Por qué no hacer lo mismo con pensamientos que no van a ningún sitio?
Miedos injustificados, preocupaciones por un futuro imaginario, recuerdos distorsionados, conjeturas variadas sobre lo que acontece en cabezas ajenas… Hay pensamientos les roban espacio a otros, que sí son útiles.
Lo más efectivo es cazar estos “malos pensamientos” en cuanto aparezcan, para evitar que se enlacen unos con otros y formen una bola más grande.
Para hacer esto, has de observar los pensamientos que están transitando por tu mente. Si ves que alguno de ellos está queriendo robarse el protagonismo y no se lo merece, lo apartas en favor de otro.
Un ejemplo: Estás preparándote para una entrevista o examen. Tu mente, toda revuelta. Y entre tus pensamientos, uno de ellos es el que grita más: Va a salir mal, como aquella vez que…
Observas el panorama. Decides que ese pensamiento es de poca utilidad. Y le ordenas (con las palabras que quieras): ¡Fuera! Elijo pensar en cómo voy a aprovechar estas horas para prepararme mejor.
Esta técnica, cuanto más se practica, más natural se vuelve.
2. Separar los pensamientos
Hay etapas en las que uno está especialmente disperso. Saltas de un pensamiento a otro, porque hay demasiados disputándose tu atención.
Por ejemplo: Estás en el trabajo ocupándote de tus tareas. Pero no puedes concentrarte en ellas. Tienes un problema en tus relaciones personales, que está ahí, solapándose con los pensamientos del trabajo.
O al revés: Estás relajándote con los tuyos en una tarde placentera; que de placentera tiene poco, porque el protagonismo en tu mente se lo llevan los asuntos pendientes que dejaste en el trabajo.
Para que esto pase menos, la idea es separar estos pensamientos en grupos. Y, como si estuvieran en habitaciones independientes, ser tú quien decida a qué hora se abre cada puerta.
Cuando estás en casa, por ejemplo, cierras la puerta de los pensamientos relacionados con el trabajo y abres otras. Si un asunto de trabajo se aparece a una hora inapropiada, lo devuelves a su habitación (y le echas la llave).
De este modo, eres tú quien elige dónde vas a depositar tu energía y tu atención en un momento dado, en lugar de dejar que la mente vaya por libre y te forme el lío padre en la cabeza.
3. Destinar un tiempo a solucionar un asunto
La idea anterior no siempre funciona. Imagina una situación no resuelta que te persigue y te interrumpe continuamente, por mucho que trates de dejarla en su habitación.
Necesitas resolverla o tomar algunas decisiones al respecto. Porque, mientras no lo hagas, seguirá dando guerra.
En este caso, te conviene reservarle un hueco para pensar exclusivamente en ella. La situación, por un rato, deja de molestarte. Y, cuando llega el momento que le has asignado, la analizas con calma.
Quizás resuelvas el asunto en una sesión o, tal vez, necesites reflexionar más veces sobre el mismo. Pero ya le tienes sus espacios asignados, para poder concentrarte en otros menesteres mientras tanto.
Esas tres ideas son muy simples. Y podemos ganar bastante calma y claridad gracias a ellas. Probablemente, ya las conoces. Si no, ¿qué tal si las pruebas?