¿Cómo es un optimista que cuenta con las dificultades? ¿Será que ya no es tan optimista?
Acerquémonos a esta actitud. Creo que te gustará.
Retratando un optimismo realista
El optimista ve el vaso medio lleno. Piensa en oportunidades y soluciones. Y tiene su vista puesta en “lo mejor”.
¿Es esto compatible con admitir o anticipar los obstáculos? ¿Y con analizar “lo peor” que puede pasar, a fin de estar preparado para estas circunstancias?
En el optimismo hay “grados”. En un extremo, están los que se ponen en marcha sin dar demasiada importancia a las dificultades, con la convicción de que lo suyo saldrá bien.
En el otro, estamos los que damos por hecho que habrá dificultades, obstáculos, errores y demás contratiempos. Y, pese a ello, confiamos en salir airosos de las pruebas que se presenten.
¿A qué punto te acercas tú más?
A mí, que escribo a diario en el blog, se me nota a leguas que estoy más cerca del segundo punto. (Si lees unas cuantas entradas, te darás cuenta.)
Pienso que es importante que cada persona adopte los enfoques y herramientas que le sean más útiles. Y, en mi caso, la idea de tener en cuenta las dificultades caló por su pragmatismo.
¿Notas un tufillo pesimista? Es hora de hablar de la paradoja de Stockdale.

La paradoja de Stockdale
James Stockdale, vicealmirante de la marina estadounidense, consiguió sobrevivir a más de siete años de cautiverio en un campo de concentración vietnamita y volver a casa con los suyos.
Nunca dudó ni de que regresaría a casa ni de que, además, sacaría partido de la experiencia. ¿Cómo consiguió salir vivo y sobreponerse a esas circunstancias extremas?
A sus compañeros más optimistas les fue peor. Ellos esperaban continuamente una liberación que no llegaba, ni en Día de Acción de Gracias, ni en Navidad, ni más adelante. Muchos murieron desolados.
Él lo que hizo fue aplicar las enseñanzas de los pensadores estoicos (Séneca, Epicteto, Marco Aurelio…). Aceptó su realidad tal y como era: dura, brutal. Y perseveró en superar día tras día las dificultades, con la determinación de prevalecer a las mismas.
Stockdale nos propone esa idea: Contar con las dificultades, aceptar los hechos por terribles que sean y, al mismo tiempo, alimentar la convicción de que vamos a salir adelante.
Para mí, ese optimismo es más sólido, mucho más fuerte y sensato que el mero pensamiento positivo de “todo saldrá bien”.
Claro que saldrá, pero no porque mágicamente se alineen las circunstancias a tu favor. Saldrá por tu valor, por tu esfuerzo y por tu perseverancia.
Eso, cuando las circunstancias son duras. ¿Y cuando las circunstancias podrían ser duras? Aquí nos encontramos con el pesimismo defensivo, que también apuntaban los estoicos.

Estudiando el peor de los escenarios
La escuela del estoicismo nos invita a considerar qué es lo peor que puede pasar cuando nos enfrentamos a un reto, al objeto de estar preparados para tales circunstancias adversas.
Pero esto hay que hacerlo con cuidado. No valen las divagaciones catastróficas, sino el estudio de aspectos concretos que pueden torcerse en un momento dado.
Claro que los estoicos no utilizaban la expresión “pesimismo defensivo”, que es el nombre que los psicólogos le han dado a esta técnica tan útil.
La susodicha técnica se utiliza en variedad de situaciones susceptibles de disparar los niveles de ansiedad. Una de ellas es archi-temida por muchos de nosotros: hablar en público.
Veamos un ejemplo. ¿Qué podría fallar en tu discurso frente a un auditorio lleno de gente?
Como no valen las fantasías aterradoras, ciñámonos a hechos concretos. Lo típico: que te quedes en blanco, que se te “anude” la garganta, que se te caigan los papeles al suelo, etc.
Para prevenir y preparar salidas ante esos posibles inconvenientes, estudias la situación, la ensayas.
Te haces con tus esquemas, con tu vasito de agua y con lo que sea necesario. Por tanto, acudes al día del discurso con más seguridad y soltura.
Conclusión: Aceptar las circunstancias, por poco amables que sean, prepararse para las probables dificultades y partir dispuesto a enfrentar lo inesperado entra en lo que podemos llamar un optimismo racional.
Porque nosotros no esperamos lo peor, al contrario. Confiamos en salir victoriosos, por difícil que esté la papeleta.