Cada uno de nosotros tenemos ilusiones, sueños, metas o llámense expectativas respecto a la realidad.
Cuando existe una notable diferencia entre lo que queremos y lo que la realidad nos ofrece, aparecen las quejas.
Las quejas ocasionales son inevitables, incluso tienen una función liberadora. Hoy hablaremos de las quejas insistentes. Estas no tienen nada de beneficioso.
¿Qué tiene de malo quejarse?
Las quejas nos ayudan a desahogarnos, nos conectan entre quienes nos quejamos de lo mismo y pueden ponernos en vías de encontrar soluciones.
Visto así, las quejas son positivas. Son positivas cuando, tras el desahogo, te movilizas para resolver lo que causa el problema o lo dejas atrás, si no tiene arreglo.
Por otra parte, las quejas son una reacción muy humana cuando las cosas no se dan como esperamos, cuando se salen de lo habitual o cuando estamos más pendientes de lo que falta.
Pero, cuando las hacemos reiterativas y frecuentes, el lado positivo de las quejas se desvanece:
- Perdemos un tiempo valioso con ellas.
- Nos molestamos y re-molestamos ahondando en el malestar (y difundiéndolo).
- Dejamos de pensar en soluciones, cuando queremos llamar la atención y la queja cumple con el objetivo por sí sola.
- Dejamos de ver lo bueno, aunque sea más abundante, porque hay manchitas (quejas) que lo hacen imperfecto.
¿Solo se puede disfrutar lo que es perfecto?
- Quien busque motivos para vivir insatisfecho, los va a encontrar.
- Quien busque diferencias entre cómo le gustaría que pasaran las cosas y cómo pasan en realidad, hallará bastantes.
- Y quien quiera ver errores o defectos en cualquiera de nosotros, se pondrá las botas (sobre todo, si me mira a mí).
Lo hará sin esfuerzo, porque la gota que cae fuera del vaso resalta y molesta más que todas las que caen dentro.
Otra cosa es que valga la pena insistir en lo que no está “como debería”, quitándole importancia a todo aquello que sí está bien.
Si no es para mejorar o buscar soluciones, en serio, ¿vale la pena quedarse con lo que está mal? ¿No es preferible quedarse con lo bueno, aunque haya que hacer el esfuerzo consciente de fijarse en ello?
Sales con los amigos una noche, por ejemplo.
Te diviertes, hasta que uno de ellos hace un comentario que te molesta. Y, qué fatalidad, de la experiencia al completo, de los buenos momentos que compartiste, te quedas con la espinita del comentario molesto.
No hablo de ti en particular. A mí se me da muy bien buscar manchas que emborronen o arruinen lo agradable de una experiencia.
Por qué se queja tanto la gente
* La vida no es justa. Una frase clásica que, cuando se está en una situación que llega al límite de la paciencia se convierte en: «La vida es una m1erda«, (con perdón).
Hay personas que trabajan muy duro por salir adelante y ven que el resultado no se corresponde con el enorme esfuerzo empleado.
Peor todavía. Suelen aparecer calamidades justo en el peor momento. Todo un cúmulo de imprevistos que dejan a la persona con agua al cuello.
* Pesimismo crónico. Esto ocurre cuando alguien se acostumbra a ver la realidad tras esos cristales tintados de negro y pierde la costumbre de observarla de otro modo.
Se pone siempre el acento en lo negativo, que va a tener siempre más peso que lo positivo.
* Envidia. Este es un sentimiento que avergüenza confesar, porque está considerado de lo más ruin. Sin embargo, es muy natural en esta sociedad competitiva que hemos creado.
Cuando se ve a gente exhibiendo su coche estupendo, el sueldazo que gana, ese ingenio tecnológico revolucionario o esos implantes de silicona tan bien puestos, habrá alguien cerca que piense: «¿Y por qué yo no?«
* Falta de empatía. Ocurre por no saber ponerse en el lugar del otro. Muchas discusiones, reproches y berrinches son los que tienen lugar por esta falta de entendimiento.
Qué hacer al respecto
* Pensar antes de hablar. Si se va a arreglar algo con la queja, muy bien; en cambio, si sólo va a servir para cansar a quien la escuche, ¿para qué quejarse?
Imagínate. Estás abrumado por un problema gordo, de ésos que se dilatan en el tiempo. Te tomas un café con alguien y te lamentas de la situación (para desahogarte y también por si el otro te da alguna idea).
Tu contertulio escucha, mueve la cucharilla en la taza, te mira y dice: «¿Y yo qué le hago?«
Moraleja: Hay que saber cuándo y con quién hablar, porque esa frase sienta fatal.
* Tener un plan. Cuando la vida nos da un revés, quejarnos es lo primero que hacemos. Bien, pero que no sea también lo segundo, lo tercero, etc…
Hay que ponerse manos a la obra y hacer lo que esté en nuestra mano para que la situación cambie. ¡Más acción!
* Cambiar de perspectiva. Afortunadamente, podemos observar la realidad desde distintos ángulos. Es como eso de ver la botella medio llena o medio vacía…
La realidad es muy compleja y, en el intento de entenderla, a veces prescindimos de ciertos elementos.
Nos quedamos con lo que nos conviene, con lo que reafirma nuestras convicciones. Si estas se basan en que «la vida es una m1erda«, cualquier cosa que ocurra alrededor lo confirmará.
Merece la pena distanciarse y mirar el panorama que se dibuja en nuestra vida desde enfoques distintos.
* Estar agradecido. Puede sonar trillado, pero el simple hecho de tener una cama donde dormir y alimento cada día, ya es como para estar contentos.
Hay que poner el acento en lo que se tiene y no en lo que falta, porque si vivimos pendientes de lo que no tenemos, siempre nos faltará algo.
En definitiva, dejemos de ver la vida como una carrera para ver quién tiene más, quién es más guapo, célebre o estupendo… y centrémonos en lo que importa: vivir lo mejor que podamos.
Referencia: «Why People Complain and What We Can Do About It«, de Sherri Kruger.