Esta frase es conocida por muchos: Si lo hubiera sabido antes…
Algunos la pronunciamos en su día, después de tomar una decisión equivocada y, además de cargar con el error, nos hizo cargar con la culpa innecesaria de “no haberlo sabido antes“.
Doble carga, como si no fuera suficiente la de haber metido la pata hasta el fondo.
Nos aventuramos por un camino, después de tomar una decisión difícil, y comienzan a torcerse los más impensables asuntos, aquellos con los que no habíamos contado.
“Debería haberlo imaginado…” “Debería haberme dado cuenta antes…” A lo doloroso del fracaso se le va uniendo el dolor de la culpa. ¿Es esto necesario?
Cuando tomamos una decisión y nos equivocamos, ya tenemos bastante con enmendar el error y rectificar el rumbo.
No necesitamos a nadie que nos culpe por algo tan humano como fallar y menos aún necesitamos ser nosotros mismos quienes recalquemos con vergüenza que nos hemos equivocado.
Es cierto. Si lo hubieras sabido antes, el desenlace de la historia hubiese sido diferente. Sin embargo, es más importante saberlo ahora que no haberlo aprendido nunca. Perdónate.
Hasta de los errores más grandes podemos extraer valiosas lecciones. Quizás una de las mejores sea reconocer que nos hemos equivocado, porque ahora nuestros ojos están más abiertos y somos menos propensos a tropezar en la misma piedra.
Asumamos, pues, las consecuencias de nuestros errores. No huyamos de esa responsabilidad. De lo que sí hay que huir es del auto-castigo innecesario.
¿O es que acaso vamos a enmendar el error haciéndonos daño a nosotros mismos?