¿Quieres cambiar de vida?
Ya sabes que bastantes cambios positivos no se producen al toque de varita mágica. Tú eres el artífice de los mismos. ¿A que te suena de haberlo llevado a la práctica?
Un cambio mínimo causa grandes repercusiones
Cambiar cuesta, porque implica salirte de lo conocido.
Cualquier cambio es incómodo, incluso si es un cambio mínimo, como el de levantarte 20 minutos antes por la mañana.
Ese cambio pequeñito, ahí donde lo ves, puede derivar en cambios mayores y en consecuencias muy visibles.
Por ejemplo, te cunde más el trabajo, gracias al poquito de ejercicio que has podido hacer al madrugar. Debido a ello, repites al día siguiente. Y así comienzas a encarrilar una hilera de días productivos con los que van a llegar logros interesantes.
Cuesta, pero no tanto…
- Para dormirse siendo más sabio, no hace falta leerse un libro al día. (Bien por quien lo haga.) Basta con dejar de hacer scroll en las fotos del albúm de la boda de un desconocido en las redes sociales y agarrar un buen libro por esos minutos.
- Para estar más despierto, levantar las posaderas del sofá y moverlas un poco.
- Para estar más sano, preparar algo en la cocina, en lugar de abrir esa bolsa insalubre atestada de sal, que es lo más cómodo.
- Para relajarse, acostarse hoy un poco antes, pasando de estar frente a una pantalla hasta las tantas.
- Para sentirse querido, dedicar unos minutos a escuchar a una persona del entorno.
En un cambio mínimo está el germen de la gran transformación que muchos quieren… Pero pocos están dispuestos a hacer ese cambio.
¿Quién está dispuesto a cambiar?
Quienes buscan en Google “cómo cambiar de vida” comparten un deseo: ser felices. Pero no comparten todos la inquietud de cambiar.
El pellizquito del cambio quizás haya sido instigado por el entorno (las redes sociales, la publicidad, las amistades) o por el dictadorzuelo perfeccionista que la víctima lleve en su interior.
En el fondo, no existe el deseo personal de cambiar. No para todos.
Algunos no están listos. O no quieren. Pero se sienten mal por no hacerlo. Viven en un tira y afloja, entre quienes les gritan que cambien y la parte de sí mismos que se resiste al cambio.
Páginas como esta (y millares más) les recuerdan cómo es la persona ideal que les gustaría ser. Les recuerdan que no son lo suficientemente buenos tal y como están ahora.
El cambio es un regalo
Quien vea el cambio así, como una presión con la que hay que transigir para ser aceptado por sí mismo y por los demás, es quien lo pasa peor.
Y lo pasa peor, más que por lo supuestamente defectuoso que desee cambiar (su nariz, su barriguita o su escasa pericia con las ecuaciones), por su actitud. Vive el cambio como una imposición.
Pero el cambio es un regalo que te ofreces. Este, al menos, son nuevos horizontes, nuevos aprendizajes y oportunidades.
A veces, un regalo. Otras veces, el cambio es la respuesta necesaria a un problema. Y otras… ¿qué tal que lo que te acerque más a la felicidad sea que aprendas a aceptarte como eres?
La mejora tiene un precio
Para sentirte mejor, en serio, no tienes porqué cambiar. Con aceptarte como eres, ya lo has conseguido. Cosa que puede ser lo oportuno. ¿Quién dice que tengas que cambiar o que ser de una determinada manera? ¿Quién pone las reglas?
Pero si, más que sentirte mejor, deseas mejorar objetiva y visiblemente algún aspecto de tu vida, hacerte ese regalo, sí vas a tener que pagar un mínimo precio.
Siquiera mínimo, porque hay cambios de todos los precios. Prepárate, porque el esfuerzo o la privación de un rato cómodo son bastante probables.
Si has leído hasta aquí, gracias. Y suerte con tu cambio. Que hayas leído unas cuantas frases seguidas diciendo que “si lo quieres, va a costarte”, indica que no estás en plan comodón. 😀
Venga. Tú con lo tuyo y yo con lo mío, movamos hoy la aguja un poquito más hacia donde queremos. ¡Adelante!