Creer en ti mismo es tu mejor opción

Por una u otra razón, te sales del caminito que te han trazado y tomas la decisión de hacer lo que quieres.

No importa de qué se trate: Un cambio radical de imagen, una mudanza, la apertura de un negocio o tu inscripción en un curso sobre el que te preguntan medio burlones: ¿Y “eso” para qué sirve?

Creer en ti mismo para empezar a hacer lo que quieres

Tú estás decidido y más que dispuesto a seguir adelante. Crees en ti y eso te facilita dar los primeros pasos.

Pero no puedes tapar el sol con un dedo. Cuando no actúas conforme los demás esperan, surgen algunos inconvenientes.

Entre ellos, que hay personas a quienes les importará un bledo lo que hagas y otras que no te apoyarán, sino todo lo contrario.

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¿Y qué? Tampoco tienen por qué hacerlo.

Tus razones son tuyas. A ti pueden sonarte muy convincentes. Tanto como para apasionarte para pasar a la acción. Pero los demás no tienen por qué compartir ni tus razones ni tu entusiasmo.

Unos te respetarán y dejarán que vayas a tu aire, aunque no entiendan ni apoyen lo que haces. Pero otros… ¡Ufff…! Te lo van a poner difícil.

Puede que te digan que estás equivocado, que eres un loco, que no sabes dónde te estás metiendo, que te vas a esforzar para nada, etc.

Te van a criticar, a desanimar y a contagiar con sus miedos. De esto no hay manera de librarse.

¿Y qué? ¿Acaso es la primera vez?

Acostúmbrate a no contar siempre con el favor de los demás.

Hay personas de tu lado, impulsándote, y hay otras que, quizás sin mala intención, te ponen gravilla en el camino.

Aun así, la prueba más importante no es con los demás. Tu mayor enemigo o aliado vas a ser tú. Esa es la confianza más importante: la tuya.

Sigue creyendo. Sigue confiando en ti.

¿Qué prefieres: creer que puedes lograr tu objetivo o tener la certeza de que lo vas a conseguir?

Sin duda, la mayoría nos quedamos con la certeza, incluso aunque las probabilidades apunten a un éxito casi seguro.

¿El  pequeño inconveniente? Que, por mucho que nos guste lo seguro, certezas hay muy pocas en la vida.

(La muerte y pagar impuestos, según Benjamin Franklin.)

Por lo que no nos queda de otra que aprender a confiar: en nosotros mismos, en los demás o en aquello que hacemos.

Si te embarcas en un objetivo, has de creer en lo que haces.

Así, sin la total certeza de que lo conseguirás. Es más, combatiendo el bombardeo de dudas que te asalten de tanto en tanto y levantándote cuando caes (más de una vez, si es preciso).

Y seguir creyendo. Seguir adelante.

¿Quién tiene acaso la fórmula perfecta para llevar a buen término todo cuanto emprende? Nadie.

Cualquiera que persigue un objetivo, asume riesgos y ha de confiar, como estás haciendo tú.

Confiar en que vale la pena el trabajo diario. Confiar en que no estás malgastando tu tiempo. Confiar en que estás progresando. Confiar en tu criterio. Confiar en tu fuerza (aunque muchos días sientas cómo te flaquean las piernas).

A veces es difícil. El camino se hace largo y cuesta arriba. Te pierdes. Te caes.

Y, no, no hay certeza absoluta de tu éxito. Pero dentro de ti está lo que necesitas para levantarte: Confianza.

Mira bien, si no la ves. En más de una ocasión te ha sostenido y ahora, que te hace falta, está esperando a que la abraces. 

Imagen de Foto Pamp

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