Te sientes con los ánimos por los suelos y sin fuerzas para continuar. Comienzas a sentir la hiel del fracaso en los labios y bajas los brazos.
¿Sabes? Eso que tú sientes, tan poco apetecible, lo sentimos todos tarde o temprano, con mayor o menor intensidad. Alguna vez, todos nos hemos sentido desalentados, sin fuerzas.
Incluso cuando vemos venir el golpe y nos preparamos, nos duele recibirlo. Atenuamos su impacto, pero no nos libramos de él.
Mira a cualquier persona que ha conseguido éxito en lo que quiere. Cualquiera de ellas puede confirmarte que, en algún momento, se ha desanimado, puede que incluso hasta el punto de querer abandonar sus objetivos.
Y también pueden decirte que ese sentimiento te mantiene atrapado hasta que tú decides liberarte.

¡Sal del cepo!
Las personas que tienen metas se embarcan en una aventura. Una aventura en la que han de enfrentar y sortear obstáculos. Y, ahora mismo, tú estás estancado en uno de esos obstáculos.
Pero el viaje no termina ahí. No, a menos que tú lo decidas.
El desánimo te frena, te inmoviliza hasta que tú decides quitarle ese poder. O se lo arrebatas o te mantiene secuestrado.
Puedes recrearte en esa situación; pensar en lo negativo y dejarte consumir por la desgracia. Y también puedes explorar las opciones que tienes para salir de ahí y dar un pequeño primer paso.
A la menor oportunidad, acalla la voz del desaliento y piensa. Piensa en cómo vas liberarte y lleva a cabo una primera acción al respecto.
Eso es una actitud positiva. La que necesitas ahora para remontar y la que te hará falta también para superar los siguientes obstáculos.
Porque, después de este, habrá más. Diferentes obstáculos que serán nuevos retos, pero que tampoco te detendrán.
Si persistes en el camino, si vuelves al punto de partida o si te decantas por otro rumbo, lo decides tú, no los obstáculos.
Arriba, entonces. La aventura continúa.