En esta sociedad que nos anima a hacer muchas cosas con apremio, descansar es casi un acto de valor. Implica que por un día o por unas horas bajarás la guardia y dejarás que el mundo siga su curso.
¿Te atreves a dejar que tu cuerpo y tu mente se aparten un rato de la agenda?
Descansar no es fácil
Ir mas despacio. Recobrar el aliento. Dedicar un rato a respirar haciendo poco más… ¿Te gustaría? A mí también.
Es una aspiración cotidiana simple, sensata y saludable. ¿Fácil de llevar a la práctica? Eso puede que no.
Te embarcas en la vorágine de tareas y compromisos cotidianos y, a veces, es un no parar. Quieres echar una siesta o tomarte un té calentito sin prisas y ahí están las responsabilidades, que te llaman a gritos.
Hay trabajo para hacer. Ropa que lavar. Gente a la que ayudar. Citas pendientes… Y un montón de expectativas apuntando a tu nuca. Esa es la realidad.
Según tu estilo y preferencias, puedes dar con la tecla para manejar tus responsabilidades (priorizar, seleccionar, organizar, simplificar, etc.). Pero eso no hará que desaparezcan ni eliminará tampoco tu necesidad de descansar.
Las responsabilidades seguirán ahí. Cuando quieras descansar un poco, tal vez te digas:
Me gustaría tanto quedarme 15 minutos tomando el solecito de la tarde. Pero tengo que barrer el patio, pagar unas facturas, llamar a Pepe… ¿Cómo lo hago para descansar?
La respuesta a eso es muy simple (no fácil): Parando 15 minutos (o los que sean). Paras, descansas… Y luego sigues.
Olvídate de que haya un momento perfecto para descansar. Puede haber uno más propicio que otro, eso sí. Pero, por bien que elijas, las responsabilidades seguirán ahí, esperando que te ocupes de ellas.
Sé valiente. Descansa.
Especialmente si esta ha sido una semana ocupada, considera realizar este acto de valor.
Valor, sí. Porque descansar supone reconocer tus límites.
Sabes que te faltan cosas por terminar y que quizás podrías estar haciéndolas, en lugar de sentarte un rato en el parque a tomar el sol.
Aun así, eres tienes la humildad de admitir que te hace falta parar y tomarte un tiempo para relajarte o aprovechar las oportunidades de esparcimiento que se crucen.
También supone ir en contra de lo practica mucha gente. En nuestra cultura, pocos se toman un apacible descanso.
Muchos trasladan el ritmo intenso del trabajo a sus horas de ocio. Los días libres o las vacaciones son un no-parar de actividades. El tiempo que se dedica a no hacer prácticamente nada se considera un desperdicio.
La cosa es que ese tiempo de “tocarse las narices” es un espacio que puede enriquecer bastante los tiempos en los que toca trabajar o irse de juerga.
Cuando estás bien descansado, fluyen más ideas, tienes más energías (para trabajar o para jugar), tu paciencia no te abandona tan fácilmente, eres más propenso a reírte y, en general, hagas lo que hagas lo disfrutas más.
Más que a desperdicio, el descanso suena a tiempo bien invertido, ya que mejora la calidad de las experiencias que le siguen.
No obstante, sigue siendo un acto de valor (y de humildad).
Los demás quizás no descansen y tú has de aceptarlo. Has de estar dispuesto a hacer menos cosas que otros, a correr menos, a estar menos ocupado, a terminar menos pendientes esta semana…
Pero esos “menos” suponen “más” de otras cosas: Más paz. Más alegría. Más creatividad. Y más energía.
Tú verás si vale la pena. ¿Te atreves a parar un ratito?
Hazlo. Date una pausa.
Si lo necesitas, date unos minutos para respirar lentamente con los ojos cerrados; sal a estirar las piernas; échate una siesta breve… Tómate esa pausa que te piden cuerpo y mente.
Ya está bien de llamarlo “pereza”. Pereza es cuando descansas más de lo que necesitas. Esto es, simplemente, ir más despacio. Una cosita muy simple, que a veces resulta complicada.
Imágenes: Amy McTigue y WanderingtheWorld