Escribo esto con la inspiración de quien acaba de derramarse el café por encima en un sitio público. Ufff… Qué apuro.
Apuro, porque me dije a mí misma: ¿Cómo estás tan torpe? Y porque pensé que los de alrededor se iban a mofar un poco de mi torpeza.
Pero, no. Casi nadie prestó atención. Y las dos o tres personas que repararon en ello le dieron poca importancia. Uno de los testigos hizo un comentario gracioso y ahí quedó la cosa.
Confirmado. Muchas veces, más que el error en sí, importa cómo lo interpretas y cómo respondes una vez que se produce.
Hay errores, como el de echarte el café por encima u otros así de intrascendentes, en los que esto resalta. El fallo cometido podemos “agrandarlo” así:
- Juzgándonos duramente.
- Echándole la culpa del error a otro.
- Evitando pasar de nuevo por la situación en la que nos hemos equivocado.
- Quedándonos atrapados en la mala experiencia.
- Etc.
¿Por qué un error es una mala experiencia?
La mayoría de los errores que cometemos no son tan terribles. Simplemente, los vemos así, porque los asociamos al ridículo, a la torpeza, al castigo. Si en nuestra mente los tuviésemos ligados a la oportunidad de aprender, no sufriríamos tanto al equivocarnos.
Y nos conviene más esta postura. Ya que, a lo largo de la vida, vamos a errar en fechas o nombres; a confundirnos en cuentas o pasos; o a echarnos lo que estemos tomando por encima, pudiendo sacar algo de provecho de todo ello.
Si viésemos los errores como algo positivo:
- Nos atreveríamos a probar experiencias nuevas, en las que las probabilidades de cometer fallos son altas.
- Recibiríamos las críticas constructivas con gusto, en lugar de sentirnos atacados por ellas.
- Actuaríamos tan pronto como nos diésemos cuenta del error, en vez de dedicar esas energías a ocultarlo o a huir del mismo.
- Compartiríamos más errores con los demás sin sentir bochorno. Nos enriquecerían a todos.
Cuando cometemos un error, tratamos de ser cuidadosos para que se repita en lo sucesivo lo menos posible.
Ojalá que esto se deba más a nuestro deseo de aprovechar lo aprendido del error, que al mal rato o al desgaste que vivimos cuando se produce.