Una tarea determinada requiere de tu esmero. Te aplicas y la terminas. El resultado es de calidad, como corresponde.
Esa actitud es la adecuada para la tarea, ni más ni menos.
El perfeccionismo va más allá de la calidad; como su nombre indica, persigue “lo perfecto”: el momento justo, la ejecución impecable, la ausencia de errores, el progreso sin tropezones, etc.
Y esto, tan perfecto, da una vuelta de campana para codearse con la imperfecta procrastinación.
Afortunadamente, no todas las personas con tendencias perfeccionistas son así de extremas. Hay grados.
Y también hay ocupaciones en las que la perenne insatisfacción del perfeccionista es un activo (a la hora de trabajar). Pensemos en profesiones en las que un mínimo error echa el resultado a perder.
Descartado lo razonable, nos quedamos con el exceso: un perfeccionismo concretado en un listón que va más allá de lo que pide la tarea.
Esto produce parálisis. Y dicha parálisis es la que está detrás de la procrastinación (que es la acción de postergar lo que decidiste hacer en este momento).
¿Un perfeccionista que procrastina?
Sí, existe. Te dejo una explicación en vídeo y, debajo, un resumen.
Muchas personas con tendencias perfeccionistas también son grandes procrastinadoras. A la hora de sacar adelante una misión (tarea, objetivo), sus estándares son tan difíciles de satisfacer que dejan la misión inconclusa, si es que llegan a empezarla.
Cuando el perfeccionismo reina, ocurren cosas como éstas:
- Decides tu lista de tareas para hoy. Surge un imprevisto a primera hora y, como ya no puedes seguir tu plan de tareas, lo cancelas.
- Tienes 15 minutos para invertirlos en una actividad y los desprecias porque, para ti, sólo vale la pena ponerse con ello si tienes 2 horas por delante.
- Dejas de atender otras prioridades, por entretenerte en detalles insignificantes de la tarea que se supone que ya has terminado.
- Pospones el momento de un cambio positivo (dejar de fumar, por ejemplo), porque las circunstancias no son las ideales.
El perfeccionismo hace crecer el miedo:
- Miedo a los errores.
- A que el resultado no sea lo suficientemente bueno.
- Miedo a las críticas (propias o de terceros).
- Miedo a no ver progreso (que sería interpretado como un fracaso rotundo).
¿Ideas para combatir ese miedo? Aquí tienes unas cuantas.
Hoy nos quedamos en que, de vez en cuando, por querer hacer “perfecta” una cosa, no la empezamos o desmerecemos el pequeño progreso que podríamos haber hecho.
Hacer lo que podamos, cuando podamos, con los recursos con los que contamos es más asequible, productivo y saludable, que pretender la perfección.