La pregunta del título me la hice varias veces antes de conseguir, al fin, que fuera uno de mis hábitos: ¿Por qué no me acostumbro a hacer ejercicio?
De más jovencita hacía ejercicio regularmente porque me gustaba. Pero una vez que entré en el mundo adulto, tan lleno de responsabilidades, perdí el hábito.
Es curioso. De mayor tenía muchas más razones para hacer ejercicio. Sabía más de su importancia y más sobre la formación de hábitos. Pero, ¡caramba!, fallaba una y otra vez en hacerlo una práctica regular.
Hasta que lo conseguí
Este es el mensaje esencial de la entrada. A veces hace falta más de un intento (o más de 5 o 6) para que el hábito que deseas forme parte de tu vida. O, también, para deshacerte de un mal hábito.
La clave estará en persistir. Pero no a lo loco, sino tomando buena nota de lo que resultó o falló en ocasiones anteriores.
Los errores son grandes maestros. En lo tocante al ejercicio (y a otros hábitos) yo he cometido la mayoría de los errores que vas a leer.
Y faltan un montón, que tú habrás observado en tu experiencia o en la gente que tienes alrededor. Porque, cuando emprendes un cambio grande saliéndote tu rutina de siempre, equivocarse es natural.
Más que desalentarnos, habríamos de motivarnos con esas equivocaciones, ¿no? Son una señal de que estamos más cerca de lo que queremos, gracias a la enseñanza que nos brindan.
Mira cómo podría responderme a mí misma la pregunta del inicio, gracias a haber metido la pata tantas veces.
¿Por qué no me acostumbro a hacer ejercicio?
1. Porque te falta un compromiso serio con la actividad
Debería hacer ejercicio. // Tengo que hacer ejercicio.
Frases así no expresan una convicción tan potente como: “Voy a hacer ejercicio”, por la serie de razones que son importantes para mí (o para ti, en particular).
Y, a la determinación firme, le sigue el compromiso: tomarse esa cuestión con la misma seriedad que la hora de entrar a trabajar o que una cita con el médico.
2. Porque tu plan hace aguas
Por la mañana, si me da tiempo, hago ejercicio.
Pues, no. No se va a abrir un claro entre tus exigentes actividades. A lo mejor, una mañana. Pero eso no es suficiente para forjar y mantener un hábito.
Como mínimo:
- Hay que decidir una hora. ¿Las ocho? Venga, las ocho.
- El tiempo que le vas a dedicar a la actividad. ¿30 minutos?
- Y qué vas a hacer en ese tiempo. ¿Un paseo enérgico por las inmediaciones?
3. Porque empiezas demasiado fuerte
Mañana a las ocho, una hora corriendo.
Cuando no tienes el hábito, empezar así es una pasada. En caso de culminar la proeza, no te quedan ganas de repetirla.
Tras excesos así, uno aprende que es importante empezar por poco. Es más, por lo mínimo que te obligue a salirte de tu zona de confort.
No estés una hora corriendo. Dale una vuelta al barrio en 5 o 10 minutos a paso moderado, hasta que te acostumbres a salir siempre a esa hora a patear la calle. Y, después, subes en tiempo y en dificultad.
4. Porque tropiezas con el perfeccionismo
¿Ya son las ocho? Entonces no me da tiempo. Hoy lo dejo.
La actitud perfeccionista es enemiga de la formación de hábitos:
- Al inicio, porque consideras que no se dan las circunstancias ideales o que no estás preparado. (Mañana lo hago.)
- Y, en medio, por la misma razón: como te falta tiempo y no lo vas a hacer estupendamente, lo dejas. (Mañana lo hago.)
Pero, con el tiempo, aprendes que el perfeccionismo te quita oportunidades a cambio de una promesa sin garantías.
Si no puedes hacer 30 minutos de ejercicio, los 10 que hagas valen más que la promesa de hacer el tiempo completo mañana. Porque mañana… quién sabe qué pasará.
5. Porque estás siendo floja, querida
No, no te lo digo a ti. Me lo he dicho a mí misma, por la frustración de haber sido derrotada por la pereza una y otra vez. 😆
Hay veces en las que esta situación no tiene otro nombre.
Noooo… Hace frío. No tengo ganas de levantarme.
No siempre habrá ganas de hacer ejercicio. Incluso cuando tu hábito esté más que consolidado, a días te asaltará la desgana. Es humano.
Pero, como tú ves esa actividad más importante que quedarte un ratito extra en la cama, tirarás de la autodisciplina o de tu creatividad para cumplir ese día.
Y eso te dará fuerza para hacer lo mismo cuando te veas en una situación similar.
6. Porque quieres resultados… ¡ya!
Las primeras mañanas, yo me preguntaba: ¿cuándo llegará el día en el que el ejercicio físico sea un hábito tan natural como el comer? ¿Por qué no me acostumbro a hacer ejercicio… ¡ya!?
¿Y qué me dices de quien quiere que se le note la mejoría visible que aporta el ejercicio en su físico?
Las prisas añaden un malestar que sale sobrando, que hace la práctica diaria más dura.
¿Cuánto tiempo? El que sea. Ocúpate solo de cumplir con tu cita HOY.
7. Porque tu “menú” es aburridísimo
Las opciones para practicar ejercicio son muy numerosas. ¿Por qué ceñirse a una única actividad o a un único tipo de ejercicios?
Es como escuchar siempre la misma canción. O como almorzar todos los días lo mismo.
Necesitas adaptar la actividad a tus gustos para que sea más agradable. O incluso hacértela divertida, a fin de que sea un placer y no una tortura que forme parte de tus días.
¡Oh, sí! También caí en este error. Este y los anteriores los cometí varias veces, de hecho. Y hay más. Pero creo que estos bastan para ilustrar el tema.
Equivocarse y equivocarse, hasta dar con la tecla
Todos vamos a cometer errores adquiriendo hábitos o deshaciéndonos de los que no nos sirven. Si no con unos, con otros. Es parte del proceso. Y también es muy natural que necesitemos varios intentos con hábitos que se resisten.
Así, hasta que tú encuentres qué funciona para ti, con tu hábito y en tu situación específica. Y hasta que yo encuentre qué funciona mejor en mi caso.
Respecto a retomar el ejercicio, yo realicé muchos intentos fallidos. Tiré la toalla y la recogí sucesivas veces, hasta que el 11 de agosto de 2013 llegó el intento “bueno”.
(¡Claro que lo tengo registrado!)
No tengo duda en que logré acostumbrarme de nuevo al ejercicio gracias a lo que había aprendido. Y en eso jugaron un papel importante los errores y los fracasos de intentos previos.
¿Y tú? ¿Cómo vas?
Te cuento esa experiencia por si quieres sumarla a otras que puedan motivarte.
Si consideras que adquirir o deshacerte de un hábito va a suponer una enorme ganancia en tu vida, sigue intentándolo.
Pon el acento en lo que ya has aprendido y en que cada vez estás más cerca del intento definitivo, antes que en la sensación de fracaso. Porque el verdadero fracaso es no hacer nada.
Hay cosas buenas que, para que formen parte de tu vida, necesitas construirlas. Y, para construirlas, hay que aprender en el proceso.
Sigamos aprendiendo. Sigamos construyendo.