He aquí la pregunta que te puede arruinar tus planes para este día: ¿Tengo ganas de hacer esto?
Porque tú y yo vamos a hacer hoy muchas cosas con gusto y buena disposición. Pero, con otras, vamos a tener que sacar ganas de donde no las hay. Quizás, nada más empezar la mañana: ¿Tengo ganas de levantarme…?
Eso no es nada. Después del primer “sacrificio” del día (que es salir de cama) vienen muchos más.
- ¿Tienes ganas de arreglarte y de salir a la calle, con el frío que hace?
- ¿Tienes ganas de hacer ejercicio?
- ¿Ganas de trabajar, de discutir un asunto importante, de resolver las pequeñas crisis caseras que surgirán hoy?
No, no tengo ganas
¿Y qué?
Hoy te encontrarás delante con acciones que no te apetecen. Elegirías quedarte en la cama, ver la tele, reírte en Facebook, jugar, holgar, comer, cantar… Actividades mucho más apetecibles.
¡A la porra con las ganas!
Viene bien recordarlo. Ahora mismo voy a echar un ratito con la contabilidad. ¿Tengo ganas? Para nada. Preferiría servirme un café y leer una novela.
Me pasa lo mismo con tareas que me encantan, como escribir:
- ¿A quién puede importarle lo que yo piense?
- ¿Tengo ganas de escribir una chorrada que quizás nadie lea?
- ¿Tengo ganas de estar 2 horas desarrollando un tema para que venga un copipastero y destroce mi esfuerzo en 2 minutos?
No, no tengo ganas.
Muchos días, hasta lo que uno más disfruta, resulta pesado.
Sin embargo, tanto tú como yo sabemos que la incomodidad nos hace avanzar: Lo que no nos apetece, lo duro, lo difícil. Y es también lo que nos trae las mayores alegrías.
Hoy también tendremos la oportunidad de comprobarlo: en nuestras relaciones y en nuestras metas personales (madrugar, leer, estudiar, hacer ejercicio…).
Surgirá la pregunta trampa para boicotear nuestro avance: ¿Tengo ganas de hacer… esto?
Y, si acaso la escuchamos, responderemos: ¡No! ¡Maldita sea! No tengo ni pizca de ganas. Pero lo haré porque quiero estar bien. Quiero avanzar. Lo haré por mí.
Imagen de the Italian voice