¿Un objetivo difícil? Échale paciencia

Cuando estás deseoso de ver un cambio positivo en tu vida, qué mal cae que te digan: “Ten paciencia.”

La frase puede sonarte a quedarte quieto como un pasmarote, con lo bueno que sería conseguirlo cuanto antes.

Pero, nos guste o no, hay metas que requieren de esa virtud que consiste en saber esperar. Una vez hecho lo tuyo, has de dejar que el tiempo haga su parte.

Así, con calma. Porque, si te impacientas, la espera se te hace más larga. Y, además, puedes cometer el error de precipitarte a una acción (innecesaria) que tire por tierra el tiempo y el esfuerzo que has invertido hasta ese momento.

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Eso, que suena tan lógico y bonito, ¿cómo se puede poner en práctica? ¿Cómo le echas paciencia a esos objetivos ambiciosos? Aquí tienes unas propuestas:

Apuesta por la estrategia menos arriesgada

Piensa, por ejemplo, en alguien que quiere perder 20 kilos de peso en un mes.

Dejando al margen las consideraciones sobre la salud, la apuesta es arriesgada. Supone un cambio drástico en la dieta y, seguramente, realizar también más actividad física.

Suponiendo que consiga su objetivo en 30 días, ¿es fácil mantener el resultado? Si se descuida y recae en viejos hábitos, vuelve atrás rápidamente. Eso, si no retorna a la casilla de salida y tiene que remontar desde ahí.

Una apuesta más segura (y saludable) es realizar pequeños cambios y mantenerlos. Si esta persona progresa a un ritmo que puede mantener, es menos probable que se agote y que, al igual, consiga el objetivo de perder esos 20 kilos.

Y lo más gracioso del ejemplo es que la apuesta “lenta” es con la que menos tiempo se desperdicia. La persona impaciente pierde más tiempo cada vez que vuelve atrás y tiene que remontar.

Piensa a largo plazo

Las personas impacientes se imaginan enseguida lo bien que van a estar cuando consigan el resultado. Pero se desaniman pronto, porque quieren un cambio rápido.

Siguiendo con el ejemplo, la persona que quiere perder peso lo quiere fuera… ¡YA! Cumple el primer día su dieta fulminante, se mueve como un volador y se da una palmadita en la espalda.

En cuestión de poco tiempo se quema por el esfuerzo y se frustra, porque no ve resultados contundentes.

¿Y por qué hay que pasarlo tan mal, si se pueden proyectar los resultados para de aquí a un año, por ejemplo?

Podría recortar de su dieta las bebidas y postres azucarados, realizar 30 minutos más de actividad física al día e ir anotando sus progresos, que seguro que los hay. Y, sobre esos hábitos ya cimentados, introducir otros cambios para seguir progresando.

Cuando la meta es ambiciosa, planear a largo plazo te facilita que disfrutes del progreso, de las conquistas que vas realizando.

Considera que lo pequeño suma

En este tipo de objetivos, el éxito (y el fracaso) se consigue con pequeñas acciones que se realizan consistentemente.

Un día de ejercicio no significa un gran progreso. Y un día que te comas un trozo generoso de tarta, tampoco es un gran retroceso.

Es la repetición lo que cuenta: Repetir una y otra vez acciones que conduzcan al éxito o que conduzcan al fracaso.

Paciencia y consistencia van de la mano. Es más fácil ser paciente cuando te centras en cumplir cada día con esas pequeñas acciones y en dejar que se acumulen sus consecuencias.

Repite, repite y deja que el tiempo te muestre cuánto puedes progresar. Pásalo bien en el camino, porque no tienes necesidad de correr.

Verás que puedes prescindir de la agitación de la impaciencia y de la frustración que produce la fantasía del cambio instantáneo, cómodo y fácil.

¿Qué te voy a contar yo? Trabajé varios años en educación especial y de ahí me viene el amor por la paciencia y la consistencia, supongo. 😀

Aprendí que haciendo tu parte cada día y dando tiempo al tiempo se llega muy lejos. Me lo demostraron personas con serios hándicaps que, con esas dos armas, conquistaron objetivos muy difíciles.

Les agradezco su ejemplo, que me ha servido bastante en mis propias metas. Y me alegro de poder compartirlo contigo.


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