Esta entrada está dedicada a tus frustraciones cotidianas. Sí, esas que se amontonan sin darte tiempo a asimilarlas.
Hay días en los que la realidad resulta incómoda y antipática. Llueven penas y problemas y, ante la amenaza de desbordamiento, decides huir.
¡Venga! ¡Rápido! Necesito lo que sea que me quite el malestar… ¡ya! Esto mismo:
- Un maratón televisivo.
- Echarle la culpa a quien pase primero, aunque sea el gato.
- Criticar a gente famosa en Internet.
- Beber para olvidar, que por algo será un clásico.
- Una sesión de compras, que también tiene fama de terapéutica.
- Asaltar la reserva de chocolate o helado.
- Dormir hasta que llegue la primavera.
Todas esas son maneras de escapar de la realidad, de huir del dolor. Hay más, desde luego. De vez en cuando, todos hemos utilizado alguna vía de escape.

Al menos, durante un rato somos libres de las frustraciones. Ese es el punto: durante un rato. Pasado el rato, volvemos a vernos de bruces con la realidad. Y, si hemos elegido una opción escapista poco conveniente, la realidad es incluso peor que antes.
Se termina el chocolate, la botella de licor, la sesión de compras… Y tenemos que pagar un precio por el escape.
Ciertamente, hay maneras de escapar o desahogarse más beneficiosas: hacer ejercicio, charlar con un amigo, escribir, llorar a pleno pulmón…
Pero, cuando las emociones aprietan, tal vez elegimos impulsivamente lo primero que tenemos a mano… y lo más tentador. ¡Ay, el chocolate!
¿Cómo frenamos el impulso y la necesidad de acallar la incomodidad al precio que sea?
Dando la cara. Ahí, como adultos que somos.
Mira la realidad de frente
La experiencia NO es agradable, pero tampoco nos matará: Atrevámonos a sentir la tristeza en el corazón; la frustración colándose por las fibras del cuerpo; la rabia acelerando el pulso…
Dediquemos unos minutos a observar la tempestad que estalla dentro de nosotros, sin huir de ella. Aceptémosla. Démonos permiso para sentir las contrariedades y las incomodidades.
Vamos a ver que, poco a poco, esa tempestad se va apaciguando. Y, entonces, tal vez se nos ocurra una mejor opción para despejarnos: ¿Salir a correr? ¿Ordenar los armarios?
Pruébalo tú, si no lo has hecho. Y así ves si esto funciona para ti… o no.
Imagen de woodleywonderworks