¿Se puede hablar de política con la familia sin acabar con los nervios de punta?
La política, la religión o incluso el fútbol son temas de conversación delicados. A veces nos apasionamos tanto defendiendo nuestras ideas, que lo que empieza como un intercambio de opiniones, termina en bronca.
Somos testigos de ese apasionamiento en las redes sociales o en los vídeos de Youtube, por ejemplo, donde internautas de las más variadas opiniones se ponen a caldo unos a otros.
Pero esas conversaciones candentes también pueden producirse en entornos más íntimos.
Es natural que en tu grupo cercano (de familia y amigos) haya opiniones para todos los gustos.
Lo raro sería que todas las personas que te rodean compartieran tu misma ideología política, tus mismas creencias (o descreencias) religiosas… y demás puntos de vista susceptibles de polémica.
Bien. Eso tiene sentido. Pero estos temas nos tocan la fibra sensible. Impactan en lo profundo, en nuestros valores, preocupaciones, objetivos o filosofía de vida.

Imagínate que estás viendo la tele con tu familia. Un político habla de la legislación sobre el aborto. A tu padre le hierve la sangre, porque está radicalmente en contra de lo que dice el personaje.
Acto seguido, tu padre salta con un comentario incendiario, que provoca una reacción en cadena. Y, a los pocos minutos, todos los presentes se hallan enardecidos, hablando en alto y buscando el argumento que dinamite la opinión del contrario.
¿Cuál sería la solución? ¿No hablar de temas delicados en familia? ¿Guardar esas conversaciones para tenerlas con personas afines a nuestras ideas?
Es una opción. Pero yo no creo que sea la mejor en este caso. Porque, ya que somos familia (incluyo a los amigos), qué menos que conocernos y aprender de nuestras respectivas preocupaciones y puntos de vista.
Ésa sería la finalidad: escucharnos mutuamente y tratar de entender al otro, aunque no compartamos su opinión. Y, después, expresar la nuestra sin la intención de hacer cambiar al otro.
La cosa es difícil, ¿eh? En mi caso el tema que más veces me ha hecho encenderme y derrapar es la tauromaquia. Mi padre es un acérrimo defensor de la misma y yo, todo lo contrario.
¿Qué puedo hacer cuando, en un momento dado, él manifiesta su emoción ovacionando a un torero?
Lo mismo que tú, cuando alguien de tu familia manifiesta su emoción ante un mensaje político o religioso, y tú sientes una emoción intensa que va en sentido contrario: No entrar al trapo.
Elige tus batallas
¿Vale la pena saltar cada vez que escuchas una opinión contraria a la tuya? Yo no lo creo. Cuando el ambiente sea propicio para intercambiar ideas, vale.
Si tu padre está arengando a un político o a un torero que sale por la tele, de poco te va a servir el disgusto. Lo más probable es que no te escuche, porque está más pendiente de lo suyo.
Intenta comprender al otro
En una discusión civilizada, los participantes se escuchan. Si no hay voluntad de escuchar, es preferible ahorrarse el esfuerzo, ¿no te parece?
Pues, ya que estás escuchando una opinión que difiere de la tuya, haz la maniobra mental de intentar entender cómo una persona puede llegar a esa conclusión. ¿Qué le hace pensar así?
Quizás no estés de acuerdo con sus principios o con su manera de interpretar la realidad. (No tienes por qué estarlo.) O puede que coincidas únicamente en unos puntos.
Esos puntos de acuerdo son importantes, si los hay. Por ejemplo, en casa cada uno vota a un partido político. Pero a todos nos repugna la corrupción, venga de quien venga.
Sólo dialogando con calma podemos comprender nuestras diferencias, así como nuestras coincidencias.
Echa el freno
También necesitamos práctica en esto: en parar y dejar que se enfríen los ánimos. Porque, incluso poniendo cuidado, estas conversaciones pueden caldearse.
Se necesitan dos (o más) para discutir. Y esto, se supone, no es una guerra en la que haya que fulminar al contrario a cualquier precio.
Recordarlo nos puede servir para volver a la calma y para disculparnos, si nos hemos pasado de la raya. Esto tiene más mérito que empeñarse en tener la última palabra, creo yo.
¿Cuál es tu experiencia con las conversaciones candentes en familia? ¿El intercambio de opiniones diferentes acaba en contienda?