Hay personas que echan una mano cuando saben que su generosidad se verá, más o menos, recompensada:
Quizás intuyen que la persona que recibe su ayuda se mostrará agradecida, que el mundo será testigo de su buena obra, que Dios verá su acto con buenos ojos o que, en general, las consecuencias de esa ayuda serán positivas.
Pero, ¿qué pasa cuando ayudas a alguien y no te lo agradece? ¿Y si ayudas y nadie ve el bien que has hecho? ¿Y si, por querer hacer un bien, lo que consigues es empeorar las cosas?
Sí, lo último también pasa. Por ejemplo, te da por prestarle dinero a un amigo cuando lo ves muy apurado. Y, gracias a tu noble gesto, te pide dinero la próxima vez que esté hasta el cuello.
Peor todavía, deja de ser cuidadoso con su presupuesto, porque ahí estarás tú para sacarle las castañas del fuego cada vez que encarte.
Metiste la pata. Tu amigo es cada día más gorrón. 😀 Al próximo caso parecido, seguro que eres más prudente.
Como con cualquier otro asunto, cuando somos generosos cometemos errores. Aunque de eso también se aprende. ¿O es que sólo vamos a ser generosos cuando estemos seguros de que las consecuencias serán positivas?
Hacer el bien es una ganancia para ti
Por lo demás, que nadie te vea o que no reconozcan tu ayuda no tiene importancia. Te sientes bien cuando ocurre y, si no pasa, también.
De acuerdo. Tú haces el bien en beneficio de otra persona (animal o planta). No para ti. Sin embargo, tú también ganas, porque eres consciente de que puedes dar y de que estás contribuyendo a mejorar otra vida. Y esa ganancia nadie ni nada te la quita.
Con las cosas materiales no ocurre lo mismo. Puedes ser muy feliz estrenando coche, casa o ropa deslumbrante. No hay que despreciar esa bonita sensación, pero tú sabes que su duración es limitada.
Y, cuando esa felicidad se atenúa, quizás aparecen preocupaciones relacionadas con todas esas cosas materiales: mantenimiento, impuestos, renovaciones, etc.
¿Las ganancias inmateriales? Ésas no suelen averiarse ni devaluarse ni pasan de moda.
Si haces el bien y echas una mano cuando puedes echarla, no sólo lo amortizas sintiéndote bien por ello, sino que vas “acumulando intereses”, sumando en bienestar a lo largo del tiempo.
(Permiso para un pasaje de batallitas.)
Como tú, yo he echado una mano a personas que han correspondido a esa generosidad con gratitud. He sentido paz y alegría por haber obrado bien.
También ayudé a gente que no mostró la menor gratitud. Y mi conciencia quedó tranquila, porque pude ayudar y lo hice.
Ayudé a personas sin saber que se estaban aprovechando de mi buena disposición. En primera instancia, me sentí estúpida. Después, pensándolo mejor, di por bueno lo dado, porque aprendí algo útil.
Ayudé a animalitos. Nadie me vio ni me dio las gracias. Pero eso no fue impedimento para que estuviera contentísima de haberlo hecho.
¿Suman ganancias? Muchas. Para ellos y para mí. Con la generosidad ganamos todos.
¿Qué tal? ¿A que compensa seguir echando un cable donde podamos?