Es chocante que un fumador sepa de los destrozos que hace el tabaco; que conozca desenlaces trágicos que ha provocado esta adicción; que observe cómo su salud va deteriorándose día tras día…
Y, sabiendo todo eso, no cese en el empeño de escapar de esa trampa mortal. ¿Será que no se cree capaz de salir de ahí? ¿Será que no imagina lo bien que va a sentirse sin tabaco?
El tabaco forma parte de su vida. Está ligado a buena parte de las actividades que realiza a diario.
Es su “aliado” cuando está nervioso o cuando ha tenido un mal día. Es su “compañero” del café. Le ayuda a concentrarse cuando está trabajando… Etc.
Si el fumador suprime todos esos cigarrillos, no experimentará sus actividades cotidianas de la misma manera. Es probable que resalte que se está privando de algo, sobre todo los primeros días.
Y también es probable que piense que esta sensación de estar privándose de un disfrute le va a acompañar para siempre. Pero en esto sí se equivoca.
Aunque no se lo crea, hay vida después de fumar. Los odiosos síntomas por la retirada de la nicotina no duran para siempre, aunque parezca que va a ser así en un principio.
Si aguanta sin fumar, pronto llegará el día en el que día se levantará fresco y no necesitará encender un cigarrillo para “ser persona”.
Llegará el día en el que no necesite fumar para relajarse, ni para hablar por teléfono, ni para hacer un informe… No echará de menos el tabaco en ninguna de sus actividades.
Ese día se dará cuenta de lo bien que puede vivir sin tabaco y de que no se está privando de placer alguno. Estará libre de esa trampa y libre del miedo.
Bueno, quizás no del todo. Podría conservar un miedo muy útil: el miedo a volver a fumar, enredándose de nuevo en la red de antes.
¡Ah, no…! No más tabaco, gracias.